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¿POR QUÉ DÍAZ-CANEL NO VA A HOLGUÍN?

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Por Jorge Sotero ()

La Habana.- El día de 2003 en el que Raúl Castro le dijo a Miguel Díaz-Canel que tenía que dejar la tranquilidad de Villa Clara e irse a Holguín a dirigir el partido comunista, al  delfín del entonces ministro de las FAR y al segundo de Fidel Castro le quedaron dudas. A ambos.

Raúl Castro no estaba seguro de que aquel movimiento fuera a resolver los problemas en la provincia oriental, que no salía de una situación delicada para entrar en otra, y Díaz-Canel, acostumbrado a la paz aparente de Villa Clara, tuvo dudas de sus posibilidades para resolver el caos holguinero.

No obstante, agachó la cabeza, apretó los puños y se fue a Holguín, seguro de que aquel iba a ser el final de su carrera política. Mientras volaba a la llamada Ciudad de los Parques, en su cabeza resonaban las palabras de su tutor -porque Raúl Castro fue su tutor durante muchos años- de que no se preocupara, porque «desde La Habana vamos a estar al tanto de todo y te daremos una mano cuando haga falta. Solo necesitas tener mano dura con la blandenguería del partido».

Miguel Díaz-Canel, his Presence in HolguinA los holguineros nunca les cayó bien Díaz-Canel. Tampoco pasó en Villa Clara, pero él se conocía la provincia central a la perfección y allí tenía mucha gente que le hacía la pelota, sobre todo en los medios de prensa, a los cuales tuvo siempre comprados, si se puede usar ese término, porque él, como dirigente del partido, era el dueño.

Ni los periodistas más agudos de aquella provincia, como Abel Falcón, por ejemplo, osaban cuestionar al secretario, que era poco menos que un dios en el lugar, además de una especie de formador de dirigentes que salían cada cierto tiempo a mandar en otras provincias.

A Holguín nunca llegó a conocerla del todo. Los holguineros eran más rebeldes y no le hacían reverencias en los lugares a los que iba, se burlaban de él, incluso en su presencia. La opinión de la población sobre su gestión fue siempre pésima, al extremo de que los más cercanos le editaban al extremo lo que llegaba en aquellos folletos que se llamaban ‘opinión del pueblo’.

Por suerte para él, un tiempo después enfermó Fidel Castro, y Raúl Castro asumió las funciones del hermano mayor. Eso obligó al general de cuatro estrellas a desentenderse del trabajo de los que estaban al frente de las provincias y Machado Ventura, quien se hizo cargo de esas tareas, decidió que era mejor mantener al villaclareño allí, porque no había nadie más.

Destacó Díaz-Canel papel de la ciencia en programas de GobiernoNo obstante, en 2009, cuando apenas llevaba seis años al mando de Holguín y sin haber resuelto ningún problema a la provincia, decidieron que iba a ser Ministro de Educación Superior, tal vez el menos importante de todos los ministerios. Para entonces, ya se había casado con Lis Cuesta y había pasado a formar parte de la aristocracia holguinera, porque el suegro, además de borracho, era un exmilitar de mucho dinero e influencias.

Ya en La Habana, Díaz-Canel se dio cuenta de que la aventura holguinera estuvo muy cerca de pasarle la cuenta, y se repitió muchas veces que si se había enrolado en aquella carrera, debía llegar lo más lejos posible, aunque nunca le pasó por la cabeza lo del ser presidente. Así que cuando lo nombraron vicepresidente, lo tomó solo como un paso más, aunque -eso sí- le juró cada día lealtad eterna a Raúl Castro. Él no quería ser otro Carlos Lage, o un Felipe Pérez Roque o Pedro Sáez, algunos de los que les eran más cercanos entre todos los defenestrados.

Los tres mosqueteros de la vieja guardia revolucionaria de Cuba | La NaciónSeguía contando con el respaldo de Raúl Castro y con el de Ramiro Valdés. Auque el día que Raúl decidió que Díaz-Canel sería su sustituto, el ahora mandatario vio un chispazo de odio en la mirada lúgubre del comandante de la revolución, quien, de esa forma, veía escaparse la única oportunidad que le quedaban de entrar en la historia como presidente, y no como el asesino de La Cabaña nada más.

A Díaz-Canel le preguntaron por dónde prefería ser diputado. Le dieron tres opciones: La Habana, Holguín y Santa Clara. Y no lo dudó ni un segundo. Escogió la ciudad en la que más tiempo vivió.

Eso hizo más comunes y habituales sus visitas a Santa Clara. Unas veces en el pequeño pero moderno avión que tiene destinado, y otras en un caravana de Mercedes Benz similar a la que movía a Fidel Castro o al hermano de este.

A Holguín casi no va. No le trae aquel lugar buenos recuerdos. Sabe que los holguineros no lo soportan, además de que conoce de las burlas por los rumores de infidelidades de la no primera dama mientras estuvieron allí. El nombre de Luis, achicado, no hay quien lo pronuncie delante de él.

CubadebatePor eso, cuando Raúl Castro le dijo que fuera a Caracas a lo de la toma de posesión de Nicolás Maduro y dejara lo de las explosiones en los túneles en manos de los militares, vio los cielos abiertos. Aunque tuvo tiempo de pasar por Rafael Freyre, bajarse, ponerle la cara al pueblo y decirle, incluso, que todo fue por «accidente», que es la palabra que usa siempre para intentar justificar todo lo malo que pasa en la isla.

Para Díaz-Canel todo lo malo que ocurre en Cuba o es accidental o fruto de casualidades, o situaciones externas, entre ellas del bloqueo, pero nunca responsabilidad propia ni de los viejos cagalitrosos que lo controlan a él y a los cuales les tiene un miedo atroz, tanto o más que eso de ir a Holguín a ponerle la cara a la gente, a los familiares de los muertos. Para esas cosas, él prefiere que vayan otras personas.

De todas formas, ni él soporta a Holguín, ni los holguineros a él, y mientras menos pase por allí, será mejor para ambos. Eso sí, los muertos de Holguín, en algún momento, alguien los va a pagar. Que no lo olvide.

 

 

 

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