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Por Max Astudillo ()
La Habana.- A algunos cubanos no le duelen los muertos, porque los ponen otros. Algunos, incluso, se inventan historias de esas que derraman lágrimas, apelando a un patriotismo ridículo, escondidos detrás de una prosa ramplona desde algún periódico, una red o un canal de televisión, siempre al lado de los que gobiernan.
Esos nunca piden cuentas. Jamás exigen. Solo respaldan a los culpables, porque los suyos, sus hijos, no son los que mueren. Las víctimas son otros y las damnificadas son otras familias. El dolor es de otras madres, de otros padres, de hermanos ajenos. Nada más.
Nadie le pidió cuentas al gobierno, que es el dueño de Cubana, cuando se estrelló aquel avión que no debió ser rentado, en 2018. Aquella aeronave, que no tenía permiso ni para aterrizar en Haití, se cayó al abandonar Rancho Boyeros. Y punto. Murieron todos, menos una jovencita a la que indemnizaron con un monto que no le alcanza ni para comprar lo que necesita en insumos médicos y de salud para un mes. Problema resuelto.
Poco después, otro ‘accidente’, voló una parte del Hotel Saratoga y dejó cerca de 40 víctimas mortales. Cuando el presidente de turno, el mismo de ahora y cuyo nombre no voy a mencionar, se apareció en el lugar, unos 20 minutos después de la explosión, dijo que había sido accidental.
Nadie sabía a esas alturas si había sido un sabotaje, un hecho fortuito o fruto de la violación de las más elementales normas para la manipulación de combustibles, sobre todo los inflamables, pero el mandatario selló aquello al instante con sus palabras.
Casi medio centenar de muertos sin que nadie pagara por ellos, porque fue un «accidente», y los accidentes no se pagan.
Poco después se incendió, fruto de un rayo, accidental de verdad, uno de los depósitos gigantescos de la terminal de supertanqueros de Matanzas. Eso fue un accidente, todo lo otro no. En el resto hubo una violación tras otra de todo, incluidas las anomalías anteriores, que no mencionaré, porque llevarán muchos párrafos y pueden aburrirlos a ustedes.
Hubo muertos. Jóvenes bomberos mandados al suicidio, como su hubiera sido pilotos kamikazes, por oficiales indolentes, por militares sin experiencia, ansiosos por congraciarse con la dirigencia o los superiores.
Muchas familias sintieron el latigazo sordo de la pérdida de un ser querido, de un niño con sueños, de un hijo. Los dirigentes no perdieron hijos, porque esos, posiblemente, no pasen el servicio militar. Y si lo hacen, los destinan a unidades tranquilas, donde no hay riesgos, a veces con escoltas todo el tiempo.
Y ahora llega esto, lo de Holguín. Las explosiones en almacenes de armamentos y la palabra accidente ronda el ambiente, mientras algunos, como cuando el Saratoga, el avión o lo de los supertanqueros, empiezan a soltar palabritas adornadas y ridículas para intentar engañar a la mayoría, esos que ven en cada muerto a un huevo héroe y no se dan cuenta de que es solo otra víctima, una más, de un sistema devorado por sí mismo.
Aquello de que ya los padres fueron informados oportunamente, no cura nada, no significa nada, ni mucho menos mitiga el dolor. El dolor es eterno para los padres y los hermanos, pero no para la dictadura, cuyos máximos representantes andaban por estos días comiendo de la que pica el pollo por la Sierra Maestra, como si no hubiera cosas más importantes que hacer o que resolver.
Hay nueve guardias muertos, nueve jovencitos imberbes, que sacaron obligados un día de sus casas y que no volverán jamás, sin que nadie pague por ellos. Ni un coronel, ni un general, ni un ministro, ni el presidente o su jefe y tutor. A esos no se les mueren los familiares. A uno, en Angola, superprotegido, un día le dañaron un ojo y a los tres días estaba en La Habana, porque el hijo del ministro no podía morir.
A los hijos de los grandes jefes, de la dirigencia, los acomodan tan bien que jamás corren riesgos. Donde ellos están no ocurren accidentes. Los autos en los que viajan no se vuelcan, ni impactan contra otros vehículos en las maltrechas carreteras cubanas, abandonadas desde hace lustros.
Ya me cansé de los muertos, de los que fallecen en la vía, asesinados por vehículos que no circularían en ninguna parte del mundo, sin que los verdaderos culpables paguen. Me cansé de esos accidentes que un año sí y otro también llenan de luto a las familias cubanas, por hechos que muy bien pudieron evitarse, si el de Cuba fuera un gobierno serio, que exigiera responsabilidad penal, si hubiera división de poderes… por ejemplo.
Tal vez los padres no lo hagan, por dolor o desconocimiento, pero desde acá, desde estas páginas, pido que sea enjuiciada toda la cúpula castrocanelista, la alta jefatura de las fuerzas armadas y los que tenga que pagar, que paguen, incluido con la vida.
Los muertos, todos, tienen que doler, y no solo los del cubano infeliz al que le justifican todo.