Por Esteban Fernández Roig
Miami.- 1962. Crisis de los Cohetes en Cuba. Una mañana, durante mi estadía el US Army, en Fort Knox, Kentucky, iba trotando junto a los compatriotas de mi Compañía, con la nieve que nos llegaba a los tobillos. A mi derecha, iba el “platoon guide”, el Brigadista Julio Pestonit vociferando: “Uno, dos, tres izquierda, derecha”… Left, left, left, left, right, left…
A lo lejos, veía al también miembro de la Brigada 2506, Orosmán Figueras Matos, arengando a la tropa cantando: “ Somos un grupito achero que vamos a combatir en Cuba primero.»
Molesto, con tremendo frío, creyendo que contraería hipotermia, iba refunfuñando: “Por favor, Jesucristo, si vamos a pelear en Cuba, creo debemos entrenarnos en un lugar más caliente.»
Y de pronto, me horrorizó una idea: “Si hace meses que tú no te acuerdas de Jesucristo, si no ves su imagen, si no has entrado en una iglesia, ¿por qué él te va a escuchar?”
Así iba atormentándome durante todo el rudo trayecto, y de pronto vi una pequeña estampita tirada en la nieve.
Y en ella -sorprendido- vi el cuerpo de nuestro señor Jesucristo caminando sobre el mar. Me sonreí, la besé y la metí en mi cartera. Todavía la conservo.
Al llegar a la barraca, cansados, nos volvieron a llamar a la explanada. El sargento Reyes nos dijo : “El General Thomas desea hablarle a la tropa.”
El condecorado General nos anunció: “Ahora váyanse de vacaciones de Navidad, cuando regresen irán a Fort Jackson, South Carolina, un lugar mucho más cálido que este”. Aplaudimos.
Brincos de alegría dimos, el soldado Roberto Romagosa fue a un teléfono público e hizo una llamada “collect” a La Casa Blanca para darle las gracias a John F. Kennedy por el traslado.
Yo quise pensar que había sido un milagro, un regalo navideño de Jesucristo.
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