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Por Mauricio de Miranda ()
Cali.- Daniel Ortega Saavedra es un claro ejemplo de cómo se puede traicionar de la forma más abyecta a una revolución popular. Ha traicionado a su propio pueblo y a sus compañeros de luchas. Ha convertido a su país en rehén de su régimen nepótico, cuyos poderes comparte con su esposa Rosario Murillo, quien le emula en despotismo (y con todos sus hijos).
En su propio «otoño de patriarca» -parafraseando al gran Gabo- Ortega, en su descomposición moral y política, no ha tenido recato en perseguir no solo a los jóvenes progresistas y demócratas que se oponen al establecimiento de esta nueva dictadura al peor estilo somocista, sino también a sus propios compañeros de revolución.
Como dueño de un país que se ha robado, ha expulsado a sus opositores; persigue sin misericordia cualquier disenso; en el nuevo modelo de «mascarada democrática» simuló unas elecciones en las que detuvo y privó de sus derechos a sus principales oponentes; y ahora ha despotricado contra otros gobernantes latinoamericanos como el brasileño Luiz Inacio Lula da Silva y el colombiano Gustavo Petro por no reconocer como válido el fraude electoral que pretende eternizar a Nicolás Maduro en el poder en Venezuela.
Les ha llamado «arrastrados» y eso que ni por asomo ninguno de los dos han asumido la posición valiente y digna del presidente chileno Gabriel Borić.
De manera irresponsable, Ortega ha sugerido la posibilidad de que ocurra una guerra en la que se involucren tropas colombianas y ha ofrecido para el caso tropas nicaragüenses (porque eso de llamarles «combatientes sandinistas» es una ofensa a la memoria de Augusto César Sandino), lo cual solo puede ocurrírsele a una mente carente de cordura o sedienta de sangre. La sangre que ha derramado sin pudor en su propio país.
Ortega dio a entender que se habían roto las relaciones diplomáticas con Brasil después de que Nicaragua expulsara al embajador brasileño por no asistir a los actos por el aniversario de la Revolución sandinista, el pasado 19 de julio, a
Anteriormente, Lula había tratado de mediar -sin éxito- entre el Vaticano y el régimen de Managua sobre la liberación del obispo Rolando Álvarez, quien fue expulsado a Roma posteriormente. Sin embargo, Ortega ni le pasó al teléfono al mandatario brasileño. La semana pasada, por cierto, otros dos sacerdotes fueron expulsados a la capital italiana y sede de la Santa Sede por el régimen de Managua.
Además de este ataque de Ortega a Petro, del que dijo que «lo ve compitiendo con Lula para ver quién es el representante de los yankees en América Latina», entre ambos países se mantiene un diferendo por las pretensiones de Managua de hacerse con las Islas de San Andrés y Providencia que pertenecen a Colombia desde la época de los virreinatos coloniales.
Ningún régimen tiránico puede ser considerado revolucionario. Es todo lo contrario, profundamente reaccionario.