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Carlos Cabrera Pérez
Majadahonda.- La proeza de Mijaín López Núñez, conquistando cinco oros olímpicos consecutivos, ha vuelto a retratar una Cuba inservible que sigue yendo en dos bandos, confundiendo al adversario real y con esa pasión totalitaria que inculcó el jesuita en jefe, politizador de hasta la pasta de dientes.
Nadie es perfecto, todo ser humano tiene luces y sombras, y que el diputado Mijaín apoye públicamente al tardocastrismo, no le resta un átómo a su hazaña deportiva, pero Fidel sigue viviendo en muchos cubanos que, tras la victoria en París, procedieron a intentar desguazar al mejor luchador de todos los tiempos; pese a que su amigo, discípulo y paisano, Yasmani Acosta Fernández lo abrazó y exaltó, tras su derrota que supo a plata olímpica para Chile.
Muchos países capitalistas se han beneficiado del capital humano que la revolución creó en el INDER y otros ámbitos, pero de eso no hablan los comunistas, que bastante tienen ya con resistir creativamente a base de mentiras y represión continuas.
Por supuesto, a Yasmani habrá que abrirle un expediente por esa flojera de piernas frente al mejor y, sobre todo, averigüar, si no tiró majá para que Mijaín y el tardocastrismo se salieran con la suya. A gente así no los queremos, no los necesitamos.
La oposición, que sigue padeciendo de miopía, no se atrevió a hacer de todos los cubanos, la resonante victoria de López; como consecuencia de la autocensura que los duros del exilio pretenden imponer; incluidos los Torquemadas recién conversos y mueleros baratos que -en Cuba- no discreparon ni en pelota y ahora se comen el azúcar crudo y el agua sin mascar.
El silencio opositor -volcado con el antichavismo- dejó el campo libre al presidente Miguel Díaz-Canel, que manipuló groseramente la epopeya mijaina con una equis (antes twitter) que lo retrata como huérfano de ideas propias, anclado a periódicos viejos, incluido Fidel Castro, convertido por el Buró Político en carne de supersticiones; asi que no faltará el aguerrido que jure haber visto la imagen del muerto sobre la lona de París.
En países democráticos, ningún ciudadano cuestiona la filiación política de sus atletas; excepto la España de ahora mismo; donde el independentismo y sus cómplices socialistas pretenden tener selecciones deportivas propias, y Cuba desde 1959; madrastra e hija en perfecta ecuación militante; como corresponde a naciones en decadencia.
Mientras un cubano pretenda escamotear el trunfo de otro porque no piense como él, la democracia será una panetela borracha, una quimera ruidosa; en coherencia con las arrogantes y pasajeras disyuntivas de patria o muerte y hasta la victoria siempre; que sonaron mucho pero no sirvieron.
El constante afán por la pureza ideológica, la lealtad sin fisuras y la obedienca ciega fueron arcillas fundamentales del fracaso de la revolución, que ha dejado más muertos en vida que Orlando Contreras y sigue su marcha suicida hacia un ideal de exterminio de la nación.
Un pecado cubano es que los mediocres aguafiestas de ambas orillas -cual cederistas ejemplares- no desmayan sus tallas cheas, como parte de afanes vigilantes y purificadores, que exigen un certifcado de verticalidad al prójimo; con quien comparte estragos y reveses, pero el totalitario no quiere compañeros de viaje, solo adeptos.
Como en la vieja tonada campesina del Calderito de tostar café, los militantes de ambos bandos viven instalados en la melacolía perpetua que genera toda nave sin rumbo, vagando por el camino de la vida buscando alivio a los tormentos, como cantaba José Tejedor.
A los cruzados ni siquiera los conmueve la ruina ética y el deterioro demográfico del país, cada vez más pequeño en población, con predominio de viejas y viejos,; esos que ahora los bobos solemnes llaman adulto mayor y que -en Cuba- suena a trompetilla porque a todos esos damnificados la revolución nunca dejó crecer, solo fueron soldados del pan con na, con boina y brazalete; incluidas muchas glorias del deporte ¡Cuanta ruina! ¡Cuanta mezquindad!