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¡TE LEO, MAESTRO, TE LEO, TRATO DE ENTENDERTE Y NO ME DEJAN!

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Por Hermes Entenza ()

Núremberg.- Hoy vuelves a morir con tu gente, hoy un tiro de vergüenza te arrebata la vida, hoy, la lápida fría de tu tumba, está escrita con tintas de sangre de todos tus hijos, que lloran, que sufren y que observan tus sueños truncos.

Te necesitamos no solo con la pluma en mano, te necesitamos, también con un machete para matar bribones, para arrancar de las entrañas tanta mierda, se ríen de ti y te ponen en total evidencia, haciéndote cómplice de todo un desastre.

Ven, Maestro, así muerto como te tienen, así inerte e inmóvil para que santifiques a tus hijos, a tus niños, a tus viejos, a todos, trata de no tocar nunca el rostro de los que te han dejado morir después de tu centenario, trata de no tocarlos para que no sientas, como nosotros, el calor del infierno.

Nos levantamos todos los días buscando respuestas a tus enseñanzas y solo encontramos más preguntas, no hables más, quédate callado como estás, para que no te sigan malinterpretando, para que no te sigan nombrando a favor de sus propios intereses, cállate y habla con hechos, revierte tanto dolor en tu patria haciendo alarde de tu daga para que entiendan lo que dijiste: «Nadie tiene el derecho de dormir tranquilo mientras hay un solo hombre infeliz» (XI.171).

Y a ti, Maestro, también padre de tus hijos que te siguen amando aún fuera de la tierra en la que nacieron, porque entendieron lo que decías: «Un país no es montón de tierra, porque todos los montones de tierra son iguales, sino el conjunto de instituciones domésticas y públicas que hacen en él decorosa y próspera la vida. Si en la tierra en que no nacimos hallamos la libertad y la felicidad para que nacimos, esa es nuestra tierra, -y no aquella donde no la hayamos, aunque hayamos nacido en ella» (XII.385).

A ellos también le pedimos que no te usen para hacer caso omiso de nuestro dolor, para que cierren los ojos también por beneficios personales, eres de todos, no te dejes dividir a favor de antojos banales, sacúdate de toda inmoralidad que haga daño, límpiate de todo egoísmo posible y alza la espada como lo hiciste en Hardman Hall, Nueva York, cuando dijiste: «Porque nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos, y no estamos aquí para decirnos ternezas mutuas, ni para coronar con flores de papel las estatuas heroicas, ni para entretener la conciencia con festividades funerales, ni para ofrecer, sobre el pedestal de los discursos, lo que no podemos ni intentamos cumplir; sino para ir poniendo en la mano tal firmeza que no volvamos a dejar caer la espada».

No dejes que nos dividan más, no somos los de aquí ni los de allá, somos un solo pueblo que quiere vivir en paz, que simplemente quiere vivir, quédate ahí inerte, inmovil, como te prefieren, pero ayúdame a creer que vale la pena, ayúdame a leerte para entenderte, para entender que es necesario que «pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: Con todos y para el bien de todos».

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