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SOÑÉ, QUE ANGÉLICA ME ABANDONÓ

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Por Luis Rodríguez Pérez ()

Quivicán.- Sí, Angélica, me había dejado. Y qué sufrimiento, ¡por Dios! Vino a mí, de golpe, aquellas amargas etapas de mis años juveniles, en las que sólo deseaba buscar a mi villana, y cómo si la fuera a sacudir, hacerle entender su error con razonamientos dignos de enciclopedias.

(No sé porqué, quizás por la angustia suprema y un desespero mayor, el que ama, el que anda fuera de órbita terrenal, busca a toda costa sujetar a su amor con lógicas estacas)

Recuerdo, que me dije: «No, no voy a «perrearle», ya estoy grande para esto, le hecharé unas goticas de Cloruro de Ignoro, y ella volverá». Pero, por gusto, sentía la necesidad imperante de verla, de explicarle y de que me diera una explicación. No recuerdo mucho, todo es borroso, pero creo que hubo de por medio, hasta una traición (qué conveniente mi mente olvidadiza, ¿no?)

Recuerdo, que sin abrir los ojos, me desperté. ¡Qué alivio! Y, para colmo, me alivió el hecho de que ella estuviese así, presa, sin poderse comunicar conmigo y con una crisis de asma atroz. «Qué bueno -me dije- el lunes voy a verla, y ella me espera feliz, y … ¡y qué miserable y egoísta soy!

Volví a dormirme. No sé cuánto tiempo pasó, y volví a soñar. Pero esta vez, mi sueño trataba sobre los familiares de los presos políticos que habíamos fundado un comité. Estaban todos los familiares inscritos, había mucha unidad.

Recuerdo, que uno de los presos sufrió algún tipo de represión y todo el comité se movilizó y comenzamos una protesta. Recuerdo que por esto me persiguieron; recuerdo que después de escapar y escapar (generalmente, en mis sueños escapo), me atraparon; recuerdo que me iban a matar; y recuerdo  que escapé (en los sueños, somos eternos). Recuerdo la que se había armado en la calle por causa de mi detención; no diré nombres, pero recuerdo rostros de conocidos familiares gritando por mí ¡qué emoción!

Temprano en la mañana, desperté. A mi alrededor, mis tres nietas pequeñas dormían con la boca abierta. -«Qué nochecita» -me dije, aliviado y triste. Y comencé a recapitular lo soñado.

¿Aliviado? ¿Por qué? ¿Porque Ange aún me ama? Pero ahora, bien despierto, me pregunto sin piedad ¿Acaso, este sentir no es una manera de decir, que del sufrimiento de mi esposa me he acostumbrado? ¿Acaso, le doy más importancia a mi propio padecimiento, que al sufrimiento sin nombre de ella? ¡Pues NO! Tenía que haberme levantado a esa hora, abrirme el pecho y tirarles mi corazón a los perros de la madrugada. ¡Prefiero mil veces a Angélica libre y yo muriendo de romántica pena, que amándonos y muriendo Angélica y yo muriendo de cuerpo y alma con ella!

Y triste ¿por qué? Porque nuestros presos siguen presos y siguen de vejaciones presos. Porque entró a nuestra cabaña el oso hambriento, y se llevó a nuestros hijos al bosque. Porque muchos se han quedado dando gritos dentro de la cabaña (tristemente, algunos, muchos, solo lloran bajito). Porque aún, muchos, nada más dan gritos dentro de la cabaña. Porque sólo unos pocos, se levantan, salen y ayudan a esos vecinos de la aldea que ponen cercas y ponen algunas trampas.

¡Qué tiempos estos, para el Amor! ¡Cuánto Amor necesitamos, en estos tiempos!

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