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EL HAMBRE Y LOS POETAS

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Por René Fidel González

Santiago de Cuba.- Siempre he sentido mucho respeto por los poetas. De todos los que he conocido muy pocos han defraudado mi percepción de que ellos están especialmente dotados para dar testimonio de las distintas formas en que suele manifestarse la proeza de vivir.

Incluso a los que conocí y traté, que inclinaron o ladearon la cabeza ante el poder -o por su causa, que es siempre más complejo- dejaron con una frecuencia desconcertante el rastro de una sensibilidad para los pequeños gestos de bondad que no sólo contradecían lo abyecto de la sumisión que practicaban, sino que a menudo eran extraordinarios y muy empecinados.

Yo siento, porque nada puedo afirmar desde el conocimiento, que Veleta
está dando testimonio del desastre que como pueblo estamos viviendo, y que lo está haciendo desde una ternura absuelta de cualquier tipo de rencor y odio, que es quizás, por eso mismo, implacable.

Yo siento que ese testimonio que tiene toda la aspereza que le es posible a la belleza, lo es también de nuestra vocación para no sucumbir y extraviarnos antes de alcanzar lo que es nuestro destino como pueblo; que ese testimonio sereno y lúcido está lleno de las palabras descarnadas en que el amor y dolor nos impiden olvidar la antigua profecía que reivindicó para nosotros la justicia como felicidad.

Jorge Luis Mederos (Veleta) | Twitter, Instagram | LinktreeDe Jorge Luis Veleta Mederos

EPOPEYA DEL NO No 18

Yo solo conocí el hambre de dientes para afuera,
pero el hambre sexuagenaria, lisa y energúmena…
esas no eran mis hambres , no.

Yo ignoraba del hambre y su inicial de espanto.
No imaginé su aliento a cazador,
su bramido y sus látigos. Ignoraba las fiebres, el sabor…
¡Y el cansancio, señor, todo cansancio!

El hambre comía del lomo malherido de mi barrio chiquito.
Pero no eran mis hambres, no.

Luego clavó la zarpa en mi garganta,
y tuve hambre de dientes de mujer,
de trastazos de alcohol hasta la médula,
y algun día añoré las desnudeces de una carne con papas.
Pero el hambre de corazón, el hambre viscera…
esa no eran mis hambres, no.

Llegó el día en que vinieron hambres más impuras,
hambres de lobo viejo.
Vinieron hambres sin sal y trasnochadas,
hambres sin ton ni son…

Pero el hambre podrida de los otros
ni eran mis hambres, no.

Entonces no tuve nada que comer
y supe del hambre seca y sin adornos,
del hambre a rajatabla.
Y aquí estoy,
lleno de anemia hasta los bordes del crepúsculo.
Voy a morirme joven,
colgando de estas manos que no sirven para comprar la vida.

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