Contramaestre, Santiago de Cuba.- Caminé, no paré de hacerlo, de escuchar el sentido común, el espíritu de la gente: un amigo habló de la necesidad de librarnos de los demonios, de tanta brujería, otro habló del pasado con cierta nostalgia. Caminé, no me cansé de escuchar el sentido común, el espíritu de la gente: una señora, muy querida, me contó su aventura en el bacalao del puente a propósito de una de mis fotos. Un buen amigo agradeció las imágenes que comparto siempre, las que enamoran, las que no pueden olvidarse, las que testimonian el pasado del pueblo. Otro amigo habló del capitalismo anárquico que se nos ha metido alma adentro, uno que no repara en desangrarnos de hermano a hermano, un poco más adelante, un viejo conocido dijo que no pierde la esperanza de tener un país organizado, justo. Llego donde venden cebollas, compro las que puedo. Sigo. Llego donde venden pan, compro los que puedo. Sigo. En la esquina, una familia habla de la picazón que da el jabón de baño que traen a la bodega, todos le dan la razón. Sigo. Encuentro a unas hermanas, una me habla de su perro Dánger, de su muerte repentina, del posible envenenamiento y duele mucho; le conté de mi gato Lichi, grande, hermoso, de la probabilidad de que unos borrachos se lo hubieran comido, me dijo le pasó lo mismo con su felino más querido. ¿Qué país vivimos? ¿Adónde va? Caminé, no me cansé de hacerlo, de escuchar el sentido común, el espíritu de la gente. Otros, al igual que yo, caminan, no se cansan de hacerlo, también escuchan el sentido común, el espíritu de la gente.
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