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(Tomado de Datos Históricos)
La noche del 19 de agosto de 1980, el vuelo 163 de Saudi Arabian Airlines despegó de Riad rumbo a Yeda. A bordo viajaban 287 pasajeros y 14 tripulantes. Nadie imaginaba que ese breve trayecto se convertiría en uno de los capítulos más desgarradores de la historia de la aviación.
Minutos después del despegue, una alarma alertó de fuego en la bodega trasera. El capitán tomó la decisión correcta: regresar de inmediato y aterrizar. Lo logró con precisión, deteniendo el enorme Lockheed L-1011 en la pista sin daños. Desde fuera, todo parecía bajo control.
Pero dentro del avión, el humo se extendía implacable. La cabina se llenaba de gases tóxicos mientras las puertas permanecían cerradas. No hubo evacuación. Los equipos de rescate esperaban ver salir a los pasajeros… pero nadie salió.
El silencio que siguió fue sepulcral. En pocos minutos, 301 vidas se apagaron sin que el avión hubiera sufrido un impacto. Todos murieron asfixiados, atrapados en un fuselaje intacto.
El desastre del vuelo 163 demostró con brutal claridad que un aterrizaje seguro no basta si no existe la posibilidad de escapar a tiempo. Desde entonces, las normas internacionales de seguridad aérea cambiaron para priorizar las evacuaciones inmediatas.
Hoy, este caso sigue siendo único en la historia: un avión que aterrizó sin problemas, pero del que no sobrevivió nadie. Un recordatorio doloroso de que la verdadera seguridad no está en el aterrizaje, sino en la vida de quienes esperan salir de la aeronave.