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En 1966, cuando la construcción de la atracción Piratas del Caribe en Disneyland estaba casi lista, Walt Disney recorría el lugar, revisando los últimos detalles. Era su proyecto más ambicioso hasta ese momento.
Durante una visita al set, conoció a uno de los obreros del equipo. Era de Luisiana, criado entre pantanos y humedad, justo como el escenario que Walt intentaba recrear en el «Pantano Azul», la parte inicial de la atracción. Con curiosidad genuina, Walt lo invitó a subirse con él a la balsa y recorrer juntos el tramo. Quería saber si había logrado capturar la esencia del sur profundo.
El recorrido terminó. El silencio del trabajador intrigó a Walt. “¿Qué te parece? ¿Se siente como en casa?”, preguntó. El hombre dudó, y luego pidió recorrerla una vez más… pero esta vez, de espaldas, observando cada rincón con detenimiento.
Cuando llegaron de nuevo a la escena del porche con el anciano tocando el banjo, el trabajador chasqueó los dedos:
“¡Eso es! ¡Luciérnagas! Faltan las luciérnagas del pantano.”
Walt sonrió. Días después, pequeñas luces parpadeantes comenzaron a brillar entre los juncos y árboles artificiales: eran las luciérnagas eléctricas que aún hoy encantan a millones de visitantes.
Porque a veces, los detalles que hacen mágico un mundo… vienen del recuerdo más humilde. (Tomado de Datos Históricos)