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Por Sergio Barbán Cardero ()
Miami.- Cuando el puesto a dedo Miguel Díaz-Canel afirma que ha expresado a la actual administración de Estados Unidos su disposición a sentarse en una mesa de diálogo «en igualdad de condiciones y sin imposiciones», resulta inevitable cuestionar la lógica. Además, es inevitable cuestionar la honestidad y coherencia de esa declaración.
En primer lugar, la noción de «igualdad de condiciones» ya parte de una imposición implícita. Esto implica que asumir que un régimen dictatorial y represivo como el cubano puede colocarse en el mismo plano moral, político y jurídico que una democracia consolidada como la estadounidense.
Esta afirmación no solo es falaz, sino profundamente ofensiva para las víctimas del sistema cubano. Esta postura pretende que el mundo acepte como legítimo un modelo donde no hay separación de poderes. Además, el partido único lo controla todo, incluyendo la justicia, la economía, la educación y los medios de comunicación. En este sistema, el pueblo no tiene acceso a elecciones libres, plurales ni competitivas.
¿Qué significa para Díaz-Canel «igualdad de condiciones»? Esto implica que Estados Unidos debe legitimar a una dictadura que encarcela a sus opositores, persigue a activistas, censura a periodistas y destierra a ciudadanos por pensar diferente.
¿Significa que Washington debe aceptar como un «modelo político válido» a un régimen que ha institucionalizado la esclavitud moderna mediante el trabajo forzoso? Este trabajo forzoso en misiones médicas y otras formas de explotación, ¿es aceptable?
¿Debe considerarse «igual» un sistema donde se trafica con los servicios y la vida de sus ciudadanos? En este sistema se niegan derechos fundamentales y se manipula la verdad desde el poder.
Si eso es «igualdad de condiciones», entonces estamos frente a una burla a la inteligencia y la memoria histórica de millones de cubanos. Asimismo, es una burla a quienes defienden la democracia en el mundo.
Estados Unidos no es perfecto, como ningún país lo es. Pero es un Estado de Derecho donde rige la voluntad popular. Se respetan las instituciones y existe la posibilidad real de alternancia en el poder.
En Cuba, en cambio, un grupo reducido ha gobernado sin interrupción durante más de seis décadas, reprimiendo con crueldad cualquier intento de cambio. Eso no es igualdad. Es el contraste absoluto.
El problema de fondo no es el diálogo, sino con quién se pretende dialogar y bajo qué principios.
Para que exista un diálogo serio y constructivo, es indispensable que ambas partes respeten valores universales. Estos valores son la libertad, los derechos humanos, el pluralismo político y la justicia independiente. Nada de eso existe hoy en Cuba.
Por tanto, antes de exigir «igualdad de condiciones», Díaz-Canel debería mirarse en el espejo de la verdad y preguntarse si su régimen tiene siquiera un rasgo que se asemeje a una democracia. Esta reflexión es importante antes de exigir cualquier cosa.
Debería responder: ¿están dispuestos a liberar a todos los presos políticos? ¿A permitir elecciones libres, supervisadas internacionalmente? ¿A legalizar partidos, sindicatos y medios independientes? ¿También a permitir el retorno de los exiliados sin represalias? Si la respuesta es no, entonces hablar de igualdad no es solo un despropósito, sino un intento cínico de manipular el discurso internacional.
Estados Unidos no debe prestarse a ese juego. El mundo tampoco. La verdadera apertura con Cuba solo será posible cuando su gobierno deje de ser una dictadura y comience una transición auténtica hacia la democracia. Solo entonces podrá haber una mesa en la que todos se sienten como iguales: como pueblos libres, no como opresores y oprimidos.
Sus palabras no nos acercan a Estados Unidos, todo lo contrario. Las lágrimas que proyectaban sus ojos cuando las pronunció son lágrimas de cocodrilo. Esto se debe a que en el fondo no desean ningún acercamiento.
Mantener el estado actual les sirve para justificar sus incompetencias, para victimizarse ante el mundo y seguir pidiendo limosna, como lo han hecho hasta ahora.