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Por Sergio Bartbán Cardero ()
Miami.- Mi hija Greta le ha comprado a mis nietos un libro de La Edad de Oro. Qué gesto más lindo; homenajear al Maestro con ese noble detalle. Es bueno que conozcan sus raíces, aun cuando ellos no han nacido en Cuba.
De este libro recordaba, con particular emoción, un pensamiento martiano que tantas veces escuché en boca de los buenos maestros de mi infancia: «En el mundo hay dos clases de hombres: los que aman y construyen, y los que odian y destruyen.»
¡Cuánta verdad en esas palabras sencillas! Martí, con su mirada limpia y su alma clara, nos enseñó que amar es construir, es servir, es levantar la patria con ternura y justicia. Lo opuesto, decía él, es destruir desde el odio, el desprecio y el miedo.
Pero cuán lejos está el régimen que mal gobierna hoy a mi Cuba de esa enseñanza. No hay amor en sus actos, ni construcción en sus obras. Lo que han hecho con nuestro país ha sido, precisamente, todo lo contrario, ¡DESTRUIR!. Han destruido la economía, las instituciones, la dignidad del trabajo, la libertad del pensamiento, la esperanza del joven, el pan del anciano y hasta la risa del niño.
Nos han empobrecido en cuerpo y alma. Han convertido a una nación rica en talento y cultura en un pueblo que huye por mar, por selva, por aire, buscando simplemente vivir. El desprecio por el cubano es tan profundo que lo abandonan a su suerte sin agua, sin luz, sin medicinas, sin derechos, y lo llaman «mercenario» si se atreve a protestar y lo encarcelan.
No puede haber amor en las entrañas de los que oprimen, mienten, encarcelan y dividen a los suyos. No puede haber construcción donde se prohíbe la iniciativa, se castiga el mérito y se reprime la compasión. Lo que vive hoy Cuba es la obra de los que odian y destruyen. Martí no los habría llamado gobernantes. Los habría llamado traidores del alma cubana, traidores de la PATRIA.
Mi hija está transmitiendo a mis nietos esa enseñanza noble que aprendió de sus padres, y eso nos enorgullece profundamente.
A mis hijos Greta, Gretchen y Gianni, dedico esta reflexión, instándolos a seguir enseñando a mis nietos desde el amor, desde la luz, desde la verdad. Que ellos aprendan, como aprendimos nosotros y nuestros padres, que el deber de un ser humano digno es amar y construir, no odiar y destruir.
Que crezcan con la fuerza del ejemplo, con la ternura del conocimiento, con el corazón firme en los valores eternos que ni la miseria ni la tiranía pueden borrar.