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Por Redacción Nacional
La Habana.- Yosvanis Arismin Sierra Hernández, más conocido como Chocolate MC, vuelve a donde mejor ha sabido brillar en los últimos años: en una celda. Esta vez, el llamado “rey de los reparteros” no pudo rapearle al destino. Tampoco improvisó una salida milagrosa. Miami fue testigo del último acto de este teatro absurdo que él mismo ha protagonizado. Es una tragicomedia barata donde las esposas reemplazan a las cadenas de oro y las patrullas sustituyen a las limusinas.
Detenido por cargos que van desde robo hasta amenazas y posesiones de sustancias, Chocolate MC ha demostrado que el único ritmo que sigue con disciplina es el del delito reincidente. Hay que ser muy talentoso para convertir una carrera musical en un prontuario policial. Pero él lo logró. Bravo.
Sus fanáticos, esos mismos que ven en él un ídolo del barrio, un éxito de superación, deberían reflexionar sobre la clase de ídolos que están fabricando. Chocolate no es un incomprendido social ni una víctima del sistema. Es un hombre que escupió sobre todas las oportunidades que la vida le lanzó. Es como quien tira a la basura una papeleta premiada de la lotería.
Pero no nos engañemos: Chocolate MC no es un caso aislado. Es el síntoma de una sociedad que celebra el descontrol como si fuera valentía, que aplaude el desmadre como si fuera autenticidad. Un país donde salir en las noticias por una ‘tiradera’ o una pelea callejera vale más que ganar un premio literario o una medalla olímpica.
Hoy Chocolate está entre barrotes, quizás improvisando versos tristes con los grillos de la noche como únicos cómplices. Mientras tanto, su carrera está igual que su vida: suspendida en el vacío. Espera un milagro que no llegará porque los milagros se trabajan. No se improvisan borracho de ego y estupidez. Mucho menos se le dice a una jueza: «tengo sueño, estoy resacado, llévame para la celda».
Y cuando salga —porque saldrá— habrá que ver si regresa a un escenario de Songo La Maya para cantar o al banquillo para llorar en el ghetto de Centro Habana. En cualquiera de los dos casos, la tragedia ya está escrita. Chocolate, como buen protagonista de su propio derrumbe, no hará nada para evitarlo.