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Por Esteban Fernández Roig
Miami.- A pesar de ser un muchacho, intuía que el odioso tirano encaramándose en cuanta tribuna había en la nación, desde su cochina y apestosa boca y su lengua viperina nos llamaba “gusanos”, era un intento baldío de acomplejarnos y desprestigiarnos.
Le pregunté a mi padre: “viejo, ¿qué es eso, por qué el tipo este nos llama gusano?” Y me explicó que “los gusanos se definen como criaturas de cuerpo blando, invertebradas y sin extremidades. Fidel Castro ha cogido la pejiguera de llamarnos “gusanos” a todos los desafectos, a los que no estamos apoyando sus hijodeputadas”.
Yo me sonreí y le dije: “¡pues entonces yo soy un gusano! ” Y era tan enorme mi anticastrismo que tomé la afrenta como un orgullo, como un mérito, como un sello de distinción.
En mi casa los esbirros Tatica, Candín y Escaparate, en la oscuridad de la noche, mientras dormíamos, pusieron un letrero en la fachada que decía: GUSANOS.
Cuando mi madre se levantó y salió al portal -bravisíma- cogió un cubo con agua y jabón “Ace”, agarró un estropajo e iba a borrarlo y yo la detuve y le dije: “No, mami, déjalo así, para mí es una medalla en mi pecho”. Después de eso, mi hogar fue considerado por el G2 como “una casa tóxica”, según me decía mi amigo Jesús Hernández.
Y yo, cuando algún fidelista sin conocerme me llamaba “compañero o camarada” airado le respondía: “compañeros son los bueyes, yo no soy ni tú compañero, ni tú camarada ¡Yo soy gusano, cien por ciento!”
Me rosaban y me limpiaba con todos los epítetos despreciativos que me endilgaban los apapipios y oportunistas y les respondía: “¡Sí, soy gusano, escoria, lumpen, niño bitongo, pero jamás seré castrista, ni comunista, ni miliciano, ni chivato!”
Cuando llegué al glorioso exilio y compré mi primer carro, lo primero que hice fue ponerle orgullosamente un gusanito con un rifle en sus manos en el vidrio trasero.