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Por Joel Fonte ()
La Habana.- A los delincuentes y criminales en el Poder no se les demandan derechos que les son dados a los pueblos; se les arrancan.
En el tercer Considerando de la Declaración Universal de los Derechos Humanos -el instrumento jurídico internacional más notable de la contemporaneidad- proclamada en Diciembre del 1948, cuando aún el recuerdo de los aproximadamente 50 millones de vidas que la Segunda Guerra Mundial dejó estaban vivos en el recuerdo de la humanidad, se advierte y reconoce explícitamente la Rebelión como derecho de los pueblos como recurso último contra la tiranía y la opresión.
Esto es, que ningún gobierno tiene garantizada la impunidad ante el derecho internacional, que los pueblos tienen garantías de vida y ejercicio, y que quienes desde posiciones de Poder se los conculcan, se los roban, no pueden gozar de protección ante la Ley.
Por eso afirmo que el umbral que debemos cruzar los cubanos para llegar de una vez al nuevo país que nuestra realidad demanda, que reclama a gritos el dolor agudo y prolongado de nuestra gente, es comprender definitivamente que la protesta, que esa rebelión contra las injusticias, contra la corrupción, los crímenes, contra todo lo que el castrismo simboliza, es nuestro derecho, y que no tenemos que pedir permiso, que mendigar para ejercerlo.
La culpa de nuestros abuelos, que se dejaron arrebatar un país que con todas sus debilidades, desaciertos y oscuridades estaba regido por un sistema democrático, por instituciones de derecho; la culpa de nuestros padres, que con su silencio cómplice ayudaron a consolidar esta dictadura infernal de los castro, que nos ha hundido como nación, no tiene que ser por más tiempo nuestra culpa.
Podemos cambiar eso con solo entender esa esencial verdad: tenemos derecho a arrancarle al déspota nuestros derechos.
Pero, como toda gran obra humana, se necesita coraje, resolución, dejar de esperar porque sea el otro quién dé el primer paso, quien alce primero el puño y la voz.
¡No más dictadura en Cuba!