Por Esteban Fernandez Roig ()
Miami.- Mi padre y mi madre jamás discutían. O mejor sería decir: “Nunca los vi pelear”. Y no era porque mi padre no diera motivos, sino que cubría sus andanzas con cariño y con tremendo sentido del humor.
Es decir, el viejo hacia algo que molestaba a mami, y rápidamente buscaba la forma de hacerla reír. Pero, una vez, después de mi padre estar una semana afuera, yo comencé a inquietarme, y a hacer preguntas a mi madre. Ella me daba evasivas.
Tuve que ponerme colérico para que ella al fin me dijera: “Sí, tuvimos unas palabras, le dije varias cosas que hace mucho rato quería decirle, es la primera vez que me ve super molesta con él en 14 años, y muy asustado se fue como bola por tronera”.
Al pasar 10 o 12 días ya yo estaba totalmente desesperado, me fui para el Parque Central, busqué al conductor de autos de alquiler Carrillo -yo sabía que era el único chofer que mi viejo utilizaba- y en una forma imperante, como si yo fuera un hombre hecho y derecho, le dije: “¡Llévame a dónde está mi padre!”.
Carrillo se rió y me dijo: “Dale, vamos pa’llá, razón tiene Esteban cuando dice que eres un fiñe muy sabichoso y atrevido “.
“¿Para dónde vamos?”, le pregunté y él me respondió: “Pa’Palos”. Palos es un bello pueblo aledaño a Güines.
Deben haber sido las ocho de la noche. Paramos delante de un bonito hotel, en el portal estaban sentados varios hombres, entre ellos Esteban Fernández Roig, echado para atrás en un taburete, fumando distraídamente su tabaco Pita”.
Me bajé, me le acerqué e imitándolo (yo sabía que a él le encantaba que yo hiciera eso) dividí una sola palabra en tres silabas. Le dije simplemente: “¡Vá-mo-nos!”. Me sonrió sin expresar la más leve sorpresa.
No fue a su cuarto a recoger absolutamente nada. Se levantó, sin decir ni pío, me siguió hasta el auto. Nos acomodamos en el asiento trasero, yo recosté mi cabeza en su hombro, tenía lágrimas en mis ojos y le pregunté: “¿Qué pasó papi, porqué hiciste esto? ¿Estás muy bravo con mami?”.
Y, como siempre en los momentos más críticos, me hizo lanzar una carcajada diciéndome: “No, chico, de eso nada, Ana María es una santa. Estaba ahí huyéndole a los garroteros de Güines”.
Al llegar a la casa le dio un abrazo a mi madre, y actuaron como si nada hubiera pasado. Jamás se mencionó el incidente de Palos.
Post Views: 49