Por Madelyn Sardiñas Padrón ()
Camagüey.- Hace algunos años quien entonces era mi jefe me llamó a su oficina. En un intento de examen psicológico, sin mi consentimiento, me preguntó cómo yo veía un vaso con agua hasta la mitad. Ni corta ni perezosa le respondí que el vaso estaba por la mitad. Luego insistió en que yo le dijera si lo veía medio vacío o medio lleno, a lo que respondí, otra vez, que lo veía por la mitad. Por ese tiempo él cursaba, o había terminado, un diplomado en dirección en la escuela provincial del partido de Camagüey, y trataba de averiguar si sus subordinados eran optimistas o pesimistas.
Es bueno conocer las características de las personas que diriges, pero hay que saber, y asumir, que las visiones realistas no expresan optimismo ni pesimismo. Para colmo, ahora se asocia el optimismo como cualidad inherente a la condición de “revolucionario», mientras que el pesimismo se asigna a la condición de “odiador».
El primer secretario del partido único inició su discurso de clausura del último pleno del comité central diciendo y cito: “Está a punto de terminar otro año tremendo, los pesimistas dirán que no pudo ser peor; los optimistas, bando en el que militamos los revolucionarios, creemos que lo importante es haber vencido la prueba y los aprendizajes que nos deja.”
Y, ¡mire usted qué bárbaro! Llevan 65 años venciendo la prueba sin aprovechar los aprendizajes que les dejan sus aventuras, para obrar en favor de ese pueblo al que se refiere en su discurso, plagado de frases demagogas.
¿Resiliencia? ¡No! Es miedo a la represión. No se olvide que en el mes de marzo hubo protestas reclamando comida y corriente en varios lugares del oriente cubano, que dieron lugar a la Declaración de Camagüey, y que el pasado mes hubo una manifestación en Camagüey por los apagones. En ambos casos, como en todos los demás, los promotores terminaron, como mínimo, siendo “advertidos» de que podían ser procesados penalmente por sus protestas.
¿Odiadores? ¡Tampoco! Pero si de manifestaciones de odio se trata, ¿qué mejor ejemplo que su orden de combate del 11J? ¿Acaso las condenas por sedición a los manifestantes del 11J no son muestras evidentes de odio? ¿Acaso no son claras manifestaciones de odio la privación del derecho al trabajo, el acoso, la persecución política y hasta el destierro de sus disidentes?
Hablan de unidad nacional, pero no les importan las miles de familias separadas mientras reciban remesas, y sólo consideran cubanos a quienes dentro de la isla los apoyan y a los de la diáspora que están dispuestos a negociar directamente con ellos.
¿Cómo creer en su intención de generar progreso, si lo primero que detienen en situaciones de crisis son las actividades educativas? ¿Cómo creerles, si en su propio discurso hay errores garrafales como que 46 por ciento tiene alguna relación con las cifras de 57 y 147 mil millones? ¿Cómo creer ante la evidencia de que las decisiones económicas se toman, una y otra vez, en un pa’lante y pa’trá y según la regla de las K, sin importar su repercusión económica y social?
¿Pesimismo? ¡Ni hablar! Es incredulidad; es desconfianza en su capacidad para cumplir los fines esenciales del Estado declarados en el artículo 13 y garantizar para todos los cubanos el ejercicio igual y pleno de todos los derechos consagrados en la Constitución que ellos mismos escribieron.
¿Cómo confiar en alguien que esconde información y para quien decir “tenemos insatisfacciones» es sinónimo de ejercer la autocrítica? ¿Cómo confiar en alguien incapaz de verse a sí mismo como causa del problema? A estas alturas no se puede decir que cometen errores estratégicos en ninguna de las fases de este proceso; todo encaja perfecta e intencionalmente en su proyección continuista.
El primer paso del proceso de gestión estratégica es formular la misión (¿quién soy y a qué me dedico?). Luego, se definen la visión (¿hasta dónde quiero llegar en aquello a lo que me dedico?) y los objetivos estratégicos (qué debo alcanzar, cuánto y cuándo, con los indicadores y los criterios de medida para su evaluación). A partir del diagnóstico interno y externo (generalmente basado en el análisis de fortalezas, debilidades, amenazas y oportunidades) se formulan las estrategias (¿cómo?) que permitirán alcanzar esos objetivos.
Por último en esta etapa de planificación, se derivan los objetivos desde el nivel estratégico hacia el táctico y de allí al operativo y se formulan las acciones o tareas que permitirán alcanzarlos. Como en todo proceso de gestión, se evalúan periódicamente los resultados y se toman las acciones pertinentes para la mejora incluyendo, de ser necesario, el proceso completo desde la formulación de la misión.
En un sistema constitucionalmente unipartidista, la fuerza dirigente superior de la sociedad debería preocuparse y ocuparse de garantizar los derechos consagrados en la Carta Magna para todos los ciudadanos. En su lugar, su máxima prioridad es el trabajo político-ideológico, indicativo de que no se ve a sí misma como servidora pública, sino como fuerza que ostenta el poder, con todo lo que ello implica. No tener rivales políticos autorizados les deja el camino libre para cometer toda clase de horrores en todos los ámbitos y ¡aquí no ha pasado nada!
Que más de un millón de cubanos haya emigrado en los últimos tres o cuatro años, que cada vez sea más baja la participación popular en procesos eleccionarios, que haya disminuido la cantidad de militantes en sus filas y que cada día sean más los que nos pronunciamos a favor de un cambio de sistema indica pérdida de confianza. La confianza se gana con resultados positivos y el Partido/Estado/Gobierno cubano no muestra tal cosa. ¡Llámense las cosas por su nombre! NO ES PESIMISMO; ES INCREDULIDAD O DESCONFIANZA.
Sin una misión adecuada al propósito de garantizar el ejercicio pleno de todos los derechos constitucionales para todos los cubanos, no hay plan estratégico que sirva para lograrlo. Por tanto, la única alternativa, antes de ejercer nuestro derecho de rebelión, es una Asamblea Constituyente que elimine el sistema de partido único.
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