Por Esteban Fernández Roig Jr.
Miami.- Nunca vi a “Pablo el berrero” caminar, siempre estaba echado por los portales, su mujer lo acompañaba. Yo pasé por su lado más de cien veces en 17 años. Les sonreía y les lanzaba unas monedas.
Un domingo, fue la última vez que los vi, ya estaba muy próximo a salir de Cuba, me detuve a su lado, saqué de mi bolsillo un peso, era el peso dominguero que mi padre me daba para el cine, la frita y la Salutaris. Me agaché y se los deposité en su latica.
Siempre supe (o creí) que eran ciegos, sin embargo, ese día su mujer me dijo las dos palabras más emocionantes que he escuchado en mi vida: “¡Gracias,
Estebita!“ Que esa limosnera en harapos supiera mi nombre me impresionó eternamente.

Mientras tanto, GÜIRITO POTAJE” era otra anciana, muy viejita, chiquitica, limosnera, blanca, ojos azules, caminaba lentamente ayudada por un bastón, pero así recorría todo el pueblo.
Cuando pasaba por nuestro lado -éramos un grupo de muchachos malcriados- parábamos nuestros retozos, abandonábamos la quimbumbia y las canicas y le gritábamos: “¡GÜIRITO POTAJE!”
Y como si tuviera 20 años salía disparada a nuestro encuentro tratando de darnos bastonazos.
Un mañana dije: “No le digan nada, no le griten su apodo, déjenla pasar, para ver qué hace”, y me hicieron caso. Se acercó brava a nuestro lado y nos dijo: “¿Que les pasa a ustedes hoy, no me van a gritar GÜIRITO ? Y se fue sorprendida y decepcionada.
A principios de agosto del ´62, yo estaba comprando unos duro frío en la bodega de Joseito Márquez, la vi y le dije: “Güirito, me voy de Güines, chica, ¿cómo tú te llamas?” Se sonrió y me respondió: “Yo me llamo Celedonia, y te voy a extrañar”….
Hoy unas estatuas les levantaría en el parque de Güines.
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