ESCENAS DE LA MANCHURRIA

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Oscar Durán

La Habana.- Para serles honestos, no sé por qué le dicen Cuba a mi barrio si su verdadero nombre es La Manchurria. Gente buena vive ahí, algunas no tantas. Casi nadie ha emigrado. Seguimos aquí, sobreviviendo como podemos y volviéndonos magos para llevar un plato de comida a la mesa. La mayoría de nosotros conocemos la pobreza como la palma de la mano y desconocemos nuestros derechos porque la palabra Constitución nunca la enseñaron en la escuela.

Mi cuadra solo tiene 10 casas. El CDR se llama Quintín Banderas y la Circunscripción Juan Manuel Márquez. Ya no se hacen fiestas por el 26 de Julio, cuando cada vecino llevaba un plato con chucherías y el gobierno donaba condimentos y una cabeza de puerco para hacer la caldosa. Eso se acabó hace años, como todo en el país.

Cuando uno entra a La Manchurria, viniendo del centro del pueblo, la primera casa es la de Juana Bravo. Vive sola desde hace 10 años. Su hija se fue para La Habana a jinetear y nunca viró. Sin embargo, se preocupa mucho por su madre. Le construyó una casa de dos plantas con todo adentro. La señora Juana vive como una reina. Después de las ocho de la noche, se encierra en su cuarto, enciende el nauta y empieza a ver series en Netflix sin ningún tipo de susto. A cada rato le hago la visita a Juanita y me tomo una taza de café La Llave. “Esto está duro, Oscarito, mijo. Si no fuera por Taimí -la hija- ahora mismo estuviera durmiendo en una parada de guagua”.

La segunda casa es la de Erasmo Cardín, el presidente del Comité. Tiene 78 años y hace guardia cada dos días en la Casa de los Combatientes por dos mil 500 pesos al mes. Cuando joven, fue maestro alfabetizador y Fidel le regaló un motor que hace dos meses lo vendió a un negociante porque su esposa estaba ingresada en el hospital y no tenía dinero para comprar malangas. 

Cuando era niño, Erasmo me enseñaba secretos de la historia de Cuba. Esas cosas que no se cuentan en la escuela, pero él jura que ocurrieron así. 

“Quintín Banderas fue, posiblemente, el tipo más timbalú de la manigua. Cuando cogía prisioneros a los españoles, los acostaba uno al lado de otro y les decía en su lenguaje característico: ¿cómo tú te ´ñama´? Y el español decía, Fulano de tal. Ahí mismo Quintín le daba un machetazo y le cortaba la cabeza”.

Como esas anécdotas, me hizo unas cuantas, pero la que más me gustó fue la de un 28 de septiembre, plena fiesta de los CDR. El hombre estaba pasado de tragos y me sentó a su lado. Te voy a decir esto de manera confidencial y no lo comentes a nadie: “Fidel solo se bañó dos veces en la Sierra Maestra, tenía una peste a cojón de oso insoportable”.

De casa de Erasmo, pasamos a la de Norberto Castillo. Un personaje en toda la extensión de la palabra. Se casó con Vivian hace 43 años, tuvieron un par de hijos, pero decidieron abandonarlo porque su esposa lo cogió masturbándose. Siempre ha estado solo, desde entonces. Ya nadie le llama Norberto, todos le decimos Franco, por francotirador.

Cuando el coronavirus estaba en su “salsa”, un día me senté en el portal de su casa y nos empezamos a dar unos tragos. En una de esas, me dice: “tú coges una frutabomba y la dejas podrir un poquito. Después le metes el pingo y tal parece que se la estás metiendo a Rebeca Martínez”.

-¿En serio, Norbe?

-Prueba y te acordarás de mí siempre.

-¿Y por qué Rebeca Martínez?

-Da lo mismo, papa. Si la frutabomba está un poquito más oscura, piensa en Haila.

La cuarta casa se está cayendo a pedazos y la habita Eulalia. Su hijo cayó preso en el año 1988 y más nunca se supo de él. Eulalia es cristiana y se pasa el tiempo oyendo prédicas en un parlante que compró por MLC. No le gusta hablar mal del gobierno, lo defiende a muerte y, cuando ve a Norberto, grita a todo el volumen: “que el señor reprenda y saque al diablo de ese cuerpo”.

Y llegamos a mi hogar. Mi triste morada. Si hay un lugar en Cuba con miles de problemas familiares, ese es el mío. Mi mamá no se lleva con mi tía. Mi papá está fajado con mi abuela. Mi hermana y mi prima se piden la cabeza. Mi abuelo, el pobre, se jodió de los nervios en abril de 1959. Vinieron unos tipos vestidos de verde olivo y le montaron en el camión todos su equipos de música. Su vida se fue ese día. De los mejores sonidistas de Cuba era mi abuelo Kiko. Hasta el Benny lo felicitó una vez por Radio Progreso. Nadie es feliz en mi familia. Muchos menos con tanta escasez. Hoy, por ejemplo, nos lavamos la boca con jabón porque no hay pasta. 

Pero vamos a seguir nuestro recorrido por La Manchuria y estacionémonos en la vivienda de Gerardo Contreras y familia. Son los “gusanos” del barrio. Nunca fueron a votar, jamás dieron un centavo al CDR y, hasta nuestros días, son las personas más prósperas del barrio. Tienen un negocio de hacer rejas y viven como quieren. Los Contreras sí hablan mal del gobierno y tienen un cartel en la sala bien grande con las palabras Patria y Vida.

“En esta casa se perdió el miedo cuando se cayó la Unión Soviética”. Somos hasta anarquistas y no creemos en dictadores”, alardean de vez en cuando.

Estamos llegando al final del barrio, aunque todavía quedan tres casas. Una de ellas está cerrada porque Jordan Peña se fue a vivir a Arroyo Naranjo. Jordan fue pelotero cuando chico y tenía proyecciones para jugar la Serie Nacional. Sin embargo, decidió dejar la pelota y se metió a robar. Era el ladrón del barrio, todos lo sabían. Un día vinieron unos oficiales del MININT a hacer captaciones para ser policía y de una vez lo aprobaron. Ahora es capitán, jefe de patrulla en La Habana, mientras en el barrio cuenta con un marcapaso de antecedentes por robo. De ladrón a policía y sin escala intermedia de rehabilitación.

Y acá estoy con María del Pilar, la dueña de la vivienda con el número 789. Vive con Alfre, su sobrino, un profesor de refrigeración que le gustan los tipos y, además, es alcohólico. Fue la propia María quien lo metió a maricón, pues no lo dejaba entrar con mujeres a la casa. Dicen que Alfre es el relevo de Erasmo para presidente del Comité. Cuando viene a ver, hace un buen trabajo y Gerardo le regala una regadera y tres diplomas de papel cebolla.

Para finalizar el recorrido, nos queda la morada de Ana Rondón. La pobre Ana, caballero. Era una excelente cirujana, pero se enfermó de los nervios dos días después de ver en su DVD un programa en Miami, donde Juan Reinaldo Sánchez, exguardaespaldas de Fidel Castro, desclasificó detalles inéditos de la vida del dictador.

“Ana, mi vida, ¿cómo estás?”, siempre la saludo al pasar por su lado.

“Ay, aquí, mi niño, en la luchita. Oye, ¿viste cómo Dalia Soto le pegó los tarros a Fidel con un guardaespaldas?”, me dice. 

Yo ni le contesto. Aguanto la risa.

“Mami, por favor, no digas esas cosas, estoy cansada de decírtelo”, exclama desde el patio su hija Mirna.

“Y Raúl tiene un novio de 30 años en Guantánamo igualito al marido de Yasser Arafat”, riposta Ana.

Sigo mi camino y salgo de La Manchurria. Solo por un momento. Siempre vuelvo, como lo han hecho Juana, Erasmo, Norberto, Eulalia, Ana, Alfre, María, Jordan y todos los manchurrianos. Siempre hemos sido unos conformistas. Sí, unos conformistas de mierda.

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