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MOMENTOS DE GLORIA: 19 PASOS Y EL MÁS HISTÓRICO DE LOS SALTOS

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Por Nelson de la Rosa Rodríguez
Santo Domingo.- Nunca conoció a su padre biológico, su madre falleció de tuberculosis cuando tenía solo ocho meses de nacido, su padrastro fue un alcohólico que terminó en prisión y las únicas muestras de cariño las recibió de su abuela materna, que se hizo cargo de él. Más tarde de la mano del entrenador Larry Ellis llegó a límites insospechados.
La tarde plomiza del 18 de octubre de 1968, en el Estadio Olímpico Universitario de Ciudad de México, parecía que iba a ser un día más en la carrera competitiva de Robert “Bob” Beamon, pese a estar entre los favoritos para ganar la medalla de oro en la final del salto largo, por poseer la mejor marca del año con 8.33 metros.
Esos 8.33 metros estaban solo dos centímetros por debajo del récord del mundo, que compartían el estadounidense Ralph Boston y el ruso Igor Ter-Ovanesyan.
Sin embargo, aquel joven de 22 años, 1.91 de estatura y 70 kilogramos de peso, un día antes tuvo que esperar a su último intento para clasificarse con 8.19 a la gran final, sin saber lo que lo que le esperaba un día después.
En el comienzo de la final los dos primeros saltadores hicieron intentos nulos. Entonces a las 3.45 de la tarde le tocó a Beamon su turno.
En ese momento los astros se alinearon a la suma perfecta de factores como la altura de la Ciudad de México (2.250 m) y un viento de cola de dos metros por segundo, el máximo permitido para que una marca sea válida de cara a la tabla de récords.
Aquel muchacho con una infancia difícil, vestido entonces con camiseta azul, short blanco y marcado con el número 254, miró al horizonte y emprendió el camino de 44 metros, que recorrió en seis segundos y utilizando 19 pasos antes de despegar.
Entonces Beamon cayó al final de foso de arena, tan lejos que el medidor óptico, que se estrenaba en esos Juegos Olímpicos, no estaba preparado para semejante salto.
“Entonces, (cuenta el árbitro mexicano Ángel Fernando Rangel) yo llevaba una cinta métrica y me ayudó Manuel (Guerrero) colocándola en el “take off” y yo en el foso; yo la puse, y le dije 8,90, entonces me dice Edgar (Valle), espérate, espérate el maestro César (Moreno) dice que espere un tantito, que quieren venir a ver; pues se habían percatado que ese era un salto descomunal.

Entonces, como a los 20 minutos, llegó Primo Nebiolo (miembro del Comité Organizador), César Moreno (miembro de la IAAF) junto a otras grandes autoridades del atletismo a cerciorarse de que yo y Manuel midiéramos muy bien y para eso ya la prensa rodeó el foso. Luego de eso, se validó el más grande salto dado en unos Juegos Olímpicos.”

La media para romper el récord mundial entonces era de seis centímetros y Beamon lo había roto por 55.
Cincuenta años más tarde, en 2018, recordando la hazaña en la propia Ciudad de México, el estadounidense dijo: «Hasta Dios estuvo conmigo aquel día. Minutos después del récord comenzó una lluvia. Revivir todo eso ahora causa muchas emociones; no sé si voy a llorar en estos días, pero sí estoy conmovido en este viaje a México»
Después de aquel día Bob Beamon no tuvo mucho más protagonismo. De hecho, no pasó de saltar 8.22 m y con 27 años pasó al retiro. Realmente luego de aquel brinco, ya qué más se podía hacer.
La marca constituye aún récord olímpico y se mantuvo como récord mundial hasta el 30 de agosto de 1991 cuando su compatriota Mike Powell saltó 8.95 en el Mundial de Tokío, registro que actualmente se mantiene imbatible.

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