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La Samba del Doctor Ancelotti

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Por Margaret Alemao ()

Seúl.- Brasil ganó, pero ganó de verdad. No fue un triunfo cualquiera, fue una declaración de intenciones escrita con tinta invisible en plena noche de esta capital. El jogo bonito ha vuelto a casa, pero viene con GPS italiano y un manual de instrucciones firmado por Ancelotti. Lo que vimos contra Corea fue más que un partido: fue el renacer de un mito que llevaba años pidiendo auxilio. Rodrygo y Estêvão no son solo nombres, son la promesa de que la Canarinha ha dejado de mirar al pasado para pisar el acelerador hacia el futuro.

La lluvia que cayó sobre el World Cup Stadium no era agua, era purificación. Brasil llegaba a este partido con el alma sucia tras unas Eliminatorias dramáticas, pero Ancelotti ha convertido el vestuario en un taller de milagros. Lo que parecía un equipo roto, sin rumbo y sin ‘9’, hoy es una máquina de fútbol con Vinicius como conductor y Rodrygo como copiloto. Hasta Richarlison se quedó en el banquillo, y a nadie le importó.

Estêvão, al que algunos llaman «Messinho» pero que deberían llamar «Salvación», abrió el marcador con un gol que parecía sacado del videojuego de Neymar. Bruno Guimarães le puso el pase en bandeja, pero el remate fue cosa de genio. Este chico no es la promesa de Brasil, es la realidad. Y mientras, Vinicius Jr. ha dejado de ser el niño mimado para convertirse en el hombre del equipo. Xabi Alonso le ha dado la llave de la madurez, y Ancelotti le ha dado las llaves del coche.

Brasil ya es otro Brasil

Rodrygo, ese misterio con botas, hizo de las suyas. Su gol fue cosa de magia pura: una finta, un regate y un latigazo que dejó a medio Corea mirando al cielo preguntándose qué habían hecho mal. Este ya no es el Rodrygo perdido de hace meses, este es el Rodrygo que Ancelotti rescató del pozo y que ahora paga con goles y sonrisas.

El segundo tiempo fue la confirmación: Brasil no frena. Estêvão cerró su doblete robándole la cartera a Kim Min-Jae como si fuera un carterista en el metro, y Rodrygo puso el tercero con una asistencia de Vinicius que parecía un guiño al Madrid. Pero el gol de la noche, el que selló el 0-5, fue cosa del propio Vini: una contra letal, un regate a dos defensas y un remate que sonó a himno.

Ancelotti ha hecho en meses lo que otros no lograron en años: convertir a Brasil en un equipo otra vez. La defensa de Militão y Gabriel fue un muro, el mediocampo un reloj suizo, y el ataque… el ataque fue una fiesta. Japón y el mundo avisados: la Canarinha ha vuelto, y esta vez no viene de vacaciones.

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