Por Irán Capote ()
PInar del Río.- Hoy es el cumple de una amiga que me trajo el 2024. María Cristina es mi vecina desde hace unos meses. Cualquiera pensaría que la diferencia de edad pone un límite entre ambos. Cualquiera pensaría que tenemos un lenguaje distinto ella y yo. Pero es todo lo contrario porque vamos en la misma sintonía de la vida: hacer el bien sin mirar pal lado y buscar siempre un motivo esperanzador que nos alimente el espíritu.
Como todo el mundo le llama “Mari”. Y a mi madre también le llaman así, pues ya se me escucha todo el rato: “Mari esto, Mari aquello” durante todo el día.
A los dos nos gusta el café, los gatos, los dulces caseros, las plantas exóticas y navegar en Internet. Sí, porque Mari está más actualizada que yo en las cuestiones de Facebook y YouTube.
Es impresionante el manejo de esas plataformas para alguien que nació lejos de la generación virtual. Y Mari es el ejemplo de que no hay que tener una edad específica para seguir aprendiendo y actualizándose.
Como toda vecina que se respete, siempre es molestada por mi, ya sea por un poco de sal, una escurría de vinagre o una pizca de detergente. Tenemos un pacto vecinal: plato, pozuelo, taza o vaso que vaya para su casa o la mía, no se devuelve hasta que no esté lleno de “algo”. Claro, siempre salgo ganando porque ha acumulado durante su vida la sapiencia necesaria para cogerle el punto a to: dulces, congrí, café…
Conoce de buena música y por oído es capaz de sacar en el piano desde un viejo bolero hasta un tema de El Tiger.
Cree ciegamente en eso que sentenciara Tennessee Williams: “Siempre he confiado en la bondad de los desconocidos”. Y nuestra relación es un claro ejemplo de ello.
Feliz cumpleaños, amiga mía. Gracias al 2024 por ponerte en mi ruta. Hoy te devuelvo la taza con un café que debes endulzar tú.
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