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Evangelio: Mateo 16, 13-19
Camagüey.- A veces me encuentro con padres y madres que viven con la angustia de cometer algún error en la educación de sus hijos, y se agobian nada más de pensar en que puedan tomar una decisión equivocada.
Es una preocupación loable y lógica, pero no es realista ni sana. Es imposible no cometer errores en esta vida, ni como padres, ni como hijos, ni como hermanos, ni como profesionales, ni como cristianos los errores, las decisiones equivocadas, las meteduras de pata, son parte de la vida.
No es adecuado poner el foco en no equivocarse sino en amar todo lo posible, intentar hacer el mayor bien a todos, hacer de la propia vida una donación hasta donde podamos, conscientes de que, por mucho que intentemos elegir el bien y vivir en el amor, habrá, inevitablemente, fallos que tendremos que perdonarnos y por los cuales tendremos que ser perdonados.
La grandeza de San Pedro y San Pablo no está en que no cometieron errores porque, de hecho, cometieron muchos. Su grandeza está en su intención inamovible de ser fieles a Dios y al seguimiento de Cristo, su grandeza está en su deseo de «luchar bien en el combate, saber correr hacia la meta, mantener la fe».
Pedro, en su terquedad, se atreve a cuestionar a Jesús y a decirle que no debe aceptar el sufrimiento ni la cruz. Pedro se derrumba de miedo y niega al maestro diciendo incluso que no lo conoce. Pedro llega a privilegiar en su trato a los cristianos venidos del judaísmo, poniendo en segundo plano a aquellos venidos del paganismo.
Y sin embargo, es el hombre que siempre vuelve al Señor, el que se arrepiente y llora amargamente, el que se enfrenta al Sanedrín en favor de la predicación evangélica, el que no sólo acepta la muerte en cruz sino que pide que se le crucifique cabeza abajo, porque no es digno de morir como murió su Señor.
Pedro es grande por su amor a Cristo, por su entrega a la evangelización, por su perseverancia a toda prueba, y esto lo coloca más allá de sus errores.
Pablo fue perseguidor de cristianos, dogmático e intolerable, porque creía que así era fiel a Dios, y una vez convertido a la fe cristiana, enfoca toda su energía en proclamar a Cristo, pero eso no le impide ser intolerante y duro con Juan Marcos, y no aceptar bajo ningún concepto que lo acompañe en su segundo viaje, visto que no completó el primero; por el mismo Juan Marcos, discute agriamente con Bernabé al punto que éste lo deja solo, calcula mal su discurso a los atenienses, y es capaz de reprender duramente a Pedro delante de todos.
Sin embargo, Pablo es grande porque lucha, predica, escribe, supera miles de obstáculos por llevar a otros el Evangelio, y esto lo coloca más allá de sus errores.
Hoy es la fiesta de aquellos que nos dicen con su vida: «Ama, entrégate honestamente, haz todo el bien que veas posible, lucha por ser fiel al Maestro, y cuando tropieces, cuando caigas, cuando cometas un error, recuerda al mismo Maestro diciéndote ‘levántate y anda’, porque no está el problema en la caída sino en no dejar de poner en el Maestro la mirada y la esperanza».