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Por Jorge Sotero ()

La Habana.- Era un niño, allá por 1992, cuando aposté por primera vez en mi vida. Aposté un guante de béisbol contra 300 pesos a que un gallo pinto le ganaba a su contrincante. Pero perdió. Cuando me preguntaron por el guante, de regreso a casa, mentí. Hice mal. Me descubrieron y no tuve más remedio que contar la verdad.

Prometí no apostar jamás. Y hasta ahora he cumplido mi palabra. Pero ahora me pica el bichito y quiero hacerlo de nuevo. Quiero arriesgar, jugarme algo, tentar a la suerte o poner mi granito de arena para que algo que la inmensa mayoría quiere, suceda.

Apuesto a que el castrismo se va a caer. Apuesto a que no le quedan más de 12 meses. Me juego mi casa a que no llega al 1 de mayo de 2026. Me juego la casa con todo dentro. Con todo lo material, menos los libros. Esos se van conmigo, allá a donde vaya.

Mi esposa me apoya, y mis hijos también. Mi suegro, que fue dueño hasta hace unos meses, hasta hacer dejación, está completamente de mi parte.

Él, que fue fidelista hasta no hace mucho, dice que la revolución de los 62 mil milenios está sobre unos rieles, atada con cadena y con un tren a toda velocidad apenas a decenas de metros.

Al castrismo no le queda nada. Ya no tiene de qué agarrarse. Insiste en congresos internacionales, ferias de salud o de turismo, a los que invitan a diplomáticos acreditados, estudiantes extranjeros, empresarios y poco más. Quieren vender la imagen de tranquilidad, de pueblo sacrificado en espera de un milagro que ellos, como gobierno, saben que no ocurrirá.

No entra dinero. No tienen petróleo. No pueden comprar alimentos y menos producirlos. Hay lugares donde hace 20 días no venden pan. La libreta de racionamiento ya no funciona. No hay dietas para enfermos, los niños no tienen leche ni maestros.

Tampoco hay transporte, ni medicinas y los hospitales se derrumban en medio de la abulia general de médicos y enfermeros, que son los únicos que se agarran al sueño de trabajar en lo que estudiaron.

Los dirigentes cada vez están más gordos y más viejos. Los que mandan abajo son cada vez más tontos e incapaces. La policía es cada vez más represiva e, inexplicablemente, cada vez más miembros quieren dejar el cuerpo.

Los jueces no quieren asumir. Los fiscales se enferman. Los países ya no mandan tantas donaciones. Raúl Castro recela de Díaz-Canel, y Vladímir Putin recela de los dos. Piensa el mandatario ruso que le quieren correr por tercera, como han hecho con otros.

Putin promete soltar algo y luego lo aguanta, porque sabe que no lo cobrará. Trump y Marco Rubio se relamen. Ahora sí está madura la fruta. Se va a caer sola, al primer airecillo de junio o de noviembre. No habrá que hacer nada.

Mientras, Raúl Castro le insiste Díaz-Canel para que vaya a la base. Y el tonto va. Va a Manicaragua y hay pan. Y lo mismo en Cifuentes, pero en Ranchuelo, no. Ni en Jobabo o Contramaestre. Y en Pinar, Bayamo y Camagüey, un grupo de cubanos cansados, cansados o valientes, sale a la calle.
Unos piden corriente, otros comida, muy pocos libertad. Pero la libertad lo resolvería todo, aunque no de golpe y porrazo.

El país ha sufrido mucho. Han sido casi siete décadas de explotación y sometimiento total, y cuesta sacudirse el yugo y pensar en ir adelante.

Pero el castrismo se cae. Apuesto a que no llega a mayo del año próximo. Es más, creo que no alcanza el fin de año. Ellos lo saben y por eso quitan el internet y complican las comunicaciones. No quieren que La Habana se entere de lo que hagan los santiagueros. O viceversa.

Se cae el castrismo. Humberto López está cagado desde hace días, porque lo intuye. Es como esos animales que presienten los terremotos. O como las tiñosas, que comienzan a elevarse cuando avizoran la tormenta, por temores.

Nadie cree. Los voceros del castrismo ya no solo no creen, sino que tampoco son creíbles, como demostró Gabriela, la de ConFilo, o la que tiene peste en las entrepiernas, en su fatídica gira española, que ella consideró exitosa.

Randy Alonso está triste. Se le notan las ojeras. Cada vez luce más feo. Si es que eso es posible. Y Díaz-Canel más barrigón. Eso sí, tiene miedo. Ha leído libros y visto documentales. Él sabe lo de Ceaucescu. También lo de Musolini, lo del Kadaffi y hasta lo de Saddam Hussein.

Canel duerme con sobresaltos. De vez en cuando, por la panza inflada y el miedo, sufre apnea de sueño. Y yo insisto en apostar. Apuesto a que el castrismo se cae. Y también a que muchos de sus peones saldrán a la calle a pedir clemencia… Cosas veredes.

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