
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Yoandy Izquierdo Toledo (centroconvergencia.org)
Pinar del Río.- Desde la época de los jueces, en el propio Libro de los Jueces en la Biblia, en el Antiguo Testamento, se nos invita a reflexionar sobre el verdadero liderazgo. Si en aquellos tiempos llamaban jueces a los libertadores que salvaron al pueblo de Israel de la esclavitud, verdaderos líderes militares y religiosos. Hoy, en pleno siglo XXI necesitamos, igualmente, líderes buenos y pacíficos que transformen nuestro mundo y hagan transitar a la humanidad hacia condiciones más dignas.
Hoy nos adentramos en la internet, en las redes sociales, en la vida estudiantil, en el mundo del trabajo. También en las organizaciones civiles y religiosas y en muchas instituciones, buscando a líderes mesías, idealizando, construyendo mitos y elevando a la categoría, casi de Dios a personas humanas. Sin embargo, muchas veces llamamos líder a quien, con su actuación y sus carismas, no reúne en su persona los rasgos de alguien a quien podamos seguir confiadamente.
Teniendo en cuenta que los líderes varían mucho en dependencia del sector del que estemos hablando, podríamos pensar que en cada caso existiría un patrón fijo. Este patrón sería acorde a cada ambiente de desempeño. En cambio, podemos afirmar que los buenos líderes pueden ser identificados a través de cuatro características comunes. A saber: la comunicación, la honestidad e integridad, la inspiración y el crecimiento. Describamos, brevemente, cada una de ellas.
La comunicación es, sin duda, la principal característica de un líder. Ser buen comunicador es garantía de cercanía, entendimiento, comprensión del problema y búsqueda de la solución. Cuando se es buen comunicador todo se puede explicar, sin eufemismos ni palabras rebuscadas, con claridad y elocuencia.
Un buen líder no improvisa, sino que analiza y proyecta, razona y expresa en base al conocimiento razonado. En este mundo que lucha por la inmediatez en los medios de comunicación y el imperio que representan los medios de comunicación, nos intentan presentar comunicadores que “saben” de todo. También opinan de todo.
Así, sin mesura y en busca de una reacción, un seguidor o una interacción virtual o presencial, pero pasajera y sin fundamento, se pierde a veces la esencia del mensaje. Además se tergiversa la realidad, se comete el error de transmitir mensajes erróneos, y lo que es peor, se fomenta un liderazgo sin anclaje y sin consistencia.
La comunicación consta de dos partes: el emisor y el receptor. Entonces, otro elemento esencial del líder como buen comunicador es, además de expresar con lucidez los objetivos, planes, ideas… También su capacidad para escuchar y canalizar las inquietudes y el clamor de las personas u organización a la que representa. Una buena comunicación lleva implícita esta relación recíproca.
La honestidad e integridad en la posmodernidad, donde se avanza vertiginosamente hacia el relativismo moral, con un asombroso desinterés por los valores y las virtudes humanas. Esto exige al buen líder ser justo y transparente.
Ser justo es tomar las decisiones correctas, sin parcializaciones movidas por otros intereses o hemiplejías visibles. El líder debe ser equilibrio, mediación y negociación. Ser íntegro, por su parte, es tener coherencia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace.
Es poner nuestros dones y carismas en función de una causa noble con criterios firmes y disponibilidad servicial. Ser transparente para un líder significa apartarse de los discursos demagógicos y acomodados al interés puntual de cada ocasión. Es franquearse con el interlocutor, presentar los planes e involucrar a los demás en su ejecución.
La transparencia evita las conversaciones y negociaciones secretas. También busca siempre mostrar al público las gestiones del proceso con su evaluación periódica, para medir la efectividad y el alcance.
Si hablamos de capacidad para comunicar, de un líder honesto e íntegro, nos referimos, a la vez, a una persona que sirve de inspiración para los demás. No solo a través de las palabras, sino y sobre todo, mediante una actitud positiva. Es así que el ejemplo del líder convoca y agrupa alrededor de un proyecto.
Este no debe quedarse en la utopía, ni en una teoría que no aterriza, ni en una tarea inconclusa. Debe ser un dinamo que insufla energía a cada instante y mueve con fuerza hacia adelante. Inspira el líder carismático, es verdad, de esos hay muchos. En las redes y en el mundo de hoy. En la economía, en la política y también en la religión.
Pero no debemos confundir esa inspiración con el populismo que nos cuenta lo que queremos oír. El populismo enamora con consignas y reescribe la historia con nuevos libertadores. Se hace justo en aquellos campos donde sobradamente cuenta con la masa despersonalizada y enardecida.
En un mundo de extremos, la inspiración a veces nos conduce hacia el peligro. Esto puede ocurrir por la ceguera de los seguidores, al punto del fanatismo, y por la manipulación exacerbada de algunos líderes. Discernir, como en todo, el punto medio, es la clave para cultivar la virtud.
En cuarto lugar podemos hablar de un rasgo que es más visible. Esta característica se manifiesta y se puede comprobar en los seguidores del líder, que es donde el rasgo cobra vida. Ahí tiene lugar el efecto: esta característica de un buen líder está presente cuando se puede percibir y fomentar el crecimiento de los demás que lo siguen.
Este es y debe ser un reto permanente para quien aspira a ser servidor público. Es también el mejor término para evaluar si el liderazgo es efectivo, y ayuda a superar la división entre líderes y súbditos. Quien fomenta el crecimiento de los que lo rodean está seguro de sí mismo. Esto le ayuda a que la persona del otro conozca sus dificultades y problemas, y trabaje en las oportunidades para crecer, ser más fuerte y más feliz.
El mejor líder es aquel que ayuda a los demás en su proyecto de vida, sin esperar mayor beneficio que el de ver cómo el prójimo plenifica su vida. Ayudar a crecer es vencer las barreras del egoísmo, es practicar la solidaridad, la caridad y el amor. Son virtudes a las que todos estamos llamados en nuestro paso por este mundo.
Un buen líder no es aquel que se reconoce a sí mismo como tal, sino quien en el silencio de la obra y en la constante búsqueda de la verdad, la libertad y la justicia, es reflejo de quienes le han elegido para el cargo. También le han valorado, por sus méritos, como fuente de inspiración.
En tiempos de Cónclave, confiemos en que Dios, a través de los hombres, siga escogiendo al mejor Pastor para liderar a su pueblo. Que así sea.