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Por Oscar Durán
Contramaestre.- A Ramiro Valdés no le hace falta el sol para alumbrar. Al menos eso creen los que lo rodean. El Comandante de la Revolución apareció en Contramaestre con la camisa verde olivo planchada, el gesto adusto y una gorra que intenta, sin éxito, ocultar las canas de sus 93 años. Dicen que vino a inaugurar un parque fotovoltaico. La noticia debería emocionar, pero en este país hasta la energía solar se siente como una burla.
Desde que aterrizó en Contramaestre, la seguridad del Estado hizo lo de siempre: cercaron la zona, ajustaron el libreto y nadie explicó que el tipo que estaba picando la cinta del parque es uno de los arquitectos de la represión más feroz que ha conocido este país.
El parque solar de Contramaestre, según dicen los funcionarios, aportará 21,8 megavatios al Sistema Electroenergético Nacional. A nivel técnico, puede que tenga cierto valor, pero ese número no alcanza ni para mantener encendida la mentira.
Mientras en La Habana se hacen simposios sobre energías renovables y sostenibilidad, aquí la gente cocina con leña y duerme con los ojos abiertos por miedo a los apagones, los mosquitos y los ladrones.
En la ceremonia, Ramiro caminó por los paneles solares como si fueran alfombra roja. Lo acompañaban René Berenguer Rivera, miembro del Buró Ejecutivo del Comité Provincial del Partido, Manuel Falcón Hernández, Gobernador, dos tipos que no los conocen ni en Oficoda; además de un enjambre de burócratas pertenecientes a la empresa eléctrica.
El calor era insoportable, pero nadie sudaba. En Cuba, la hipocresía ha alcanzado tal perfección que ni siquiera el cuerpo se atreve a desobedecerla.
No hay que ser ingeniero ni revolucionario para entender lo que hay detrás de este tipo de proyectos. Son vitrinas. Una pantalla solar para ocultar las sombras del régimen. A lo mejor los paneles funcionan, pero el país no.
En el hospital más cercano no hay medicamentos. En las escuelas, los niños escriben con lápices prestados. Y mientras el Comandante se sacaba una foto con un campesino que ni sabía quién era, un grupo de abuelos hacía cola en la panadería para ver si aparecía el pan de la bodega.
Ramiro se fue como llegó: en silencio, protegido, intocable. Detrás dejó un parque solar y una población apagada.
Cuba tiene sol de sobra, lo que le falta es luz.