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Por Oscar Durán
La Habana.- La dictadura ha vuelto a hacer lo que mejor sabe: estirar la soga. Ahora han decidido «generosamente» extender la exención de aranceles para la importación de alimentos, aseo y medicamentos hasta septiembre. Y lo venden como un logro, como un acto de piedad, cuando en realidad es otro capítulo en la novela interminable del «resiste un poquito más, carnero».
En Cuba no se gobierna para la gente, se administra la desesperanza. Cada vez que se acerca el vencimiento de estas medidas, los cubanos vivimos como quien espera una sentencia: tres meses más, y luego vemos. Somos, oficialmente, el pueblo de los parches trimestrales, del «vamos viendo». No existimos en el tiempo de los años ni de los proyectos; existimos en trimestres y bloques energéticos, como si la vida entera fuera una prórroga humillante.
Mientras el Canelato celebra esta «decisión en beneficio del pueblo», el mercado sigue siendo una jungla: cajas de pollos a precios de oro, latas de atún que valen lo que un salario, jabones que se cuentan como herencias. Y todo traído, claro, por la maldita necesidad de tener familia afuera, porque aquí adentro el único milagro es sobrevivir.
No nos engañemos. Esta extensión de aranceles no es un gesto de humanidad ni de preocupación social. Es una estrategia cínica para calmar el fuego de la olla de presión en la que se ha convertido el país. Es darle al prisionero un poco más de aire antes de volver a cerrar la tapa. Saben que si levantan la exención, las calles se pueden convertir en otro 11 de Julio, y esta vez no habrá máscaras suficientes para ocultar la desesperación.
Así nos quieren: haciendo planes a tres meses. Viviendo de la última maleta que entró por Varadero. Rezando porque el amigo que se fue a Miami no se olvide de enviar un paquete. Midiendo el tiempo no en estaciones, sino en prórrogas: «hasta septiembre», «hasta febrero», «hasta que a ellos les dé la gana».
Somos gente de tres meses en tres meses. No porque queramos, sino porque así nos condenaron. Y si no rompemos esa maldita dinámica, un día ni siquiera nos darán los tres meses de tregua. Solo quedaremos nosotros, luchando contra el hambre, la tristeza y la costumbre de no esperar nada.
¡Hasta septiembre, cubanos! Hasta el próximo «favor» de los verdugos.