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ASÍ SE EMPIEZA UN NEGOCIO

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Por Ulises Toirac ()

La Habana.- Un pedazo de cerdo se escapó de las manos de Fray Juan Pérez y uno de los perros de Sus Majestades no dejó cayera al piso, de un mordisco volador lo atrapó, quizá consciente de la inmensa cantidad de microbios que habría en el suelo. Los perros son muy inteligentes y cuando muestran lo contrario, es pura pose.
—¿Entonces definitivamente la Tierra es una esfera?
—Definitivamente, Su Majestad. No creo en otra cosa por haber estudiado a los filósofos griegos, pero, sobre todo, por la evidencia marinera de la que he sido testigo durante toda mi vida, que confirma esas afirmaciones —contestó Cristóbal a la reina observando de reojo al religioso que sostenía precariamente otro pedazo de cerdo. Mas fijamente que Colón, le observaba el perro, quieto como una estatua, sentado en su cuarto trasero.
—¿Y se supone que estamos en la parte superior de la esfera? —el rostro mordaz del rey Fernando II de Aragón dejaba claras sus ideas.
—No hay un arriba o un abajo, Majestad. Para cualquiera es arriba, esté donde esté en esa esfera.
—Umjú… —masculló Fernando bebiendo vino—. Hasta para Plutarco, que tendría que agarrar sus bocados de las manos de Fray Juan cayendo al techo.
Y como si el Señor estuviera presto, otro pedazo se escapó de las manos del Fray Juan Pérez, yendo a parar a las fauces de Plutarco, que inmediatamente se cerraron y… como si no hubiera engullido. Estatua presta de inmediato.
—¡Epa! ¡Bravo, Plutarco! ¡Bravo! —Fernando le tiró un muslo de gallina a Plutarco desde el otro lado de la mesa que fue a dar contra la pared opuesta. Hubiera sido de tres puntos si Plutarco hubiera estado allí, pero no— ¡Haciendo gala de conocimientos mi perro! ¡Justo en el piquito de la esfera!
—No seas tolete, Fernando —dijo sin delicadeza Su Majestad Isabel—. ¡Es ampliamente aceptado que es redonda la Tierra!
Las esposas no piensan que deben guardar un trato respetuoso hacia sus cónyuges en público. Les tratan como si hablaran en la intimidad. De siempre, eso no es nuevo. La resultante es que luego uno se da cuenta cómo es ese trato cotidianamente. En el caso de gobernantes y primeras figuras, la falta conyugal a la etiqueta causa más azoro en los demás, que en los propios esposos y esto confirma todo.
—¡Perfectamente! El tolete callará —el Rey Fernando no dejaba de sonreír— luego de escuchar la opinión de la iglesia, aquí representada por su ilustrísima Juan Pérez.
Juan Pérez no era un Pérez cualquiera. Era Juan. Fray de la orden de San Jerónimo, un clérigo multilingüista y súper estudioso al punto de ser el autor de la «Vulgata», versión al latín de la Biblia que la Iglesia tomó como oficial. Sus discípulos, entre ellos Fray Juan Pérez eran iguales de estudiosos y sabios.
—Este… según la evidencia empírica… es… notable. Yo desde el punto de vista… — «si dejara de mirar a Plutarco cuando habla a los reyes» pensaba Colón—. Es retrógrado y anticuado pensar que la Tierra no es redonda.
—Los terraplanistas sin embargo existen —el rey seguía sonriendo.
Y con una visión de futuro insólita, Juan Pérez respondió:
—Y existirán. Incluso ante pruebas más contundentes. La estupidez humana es infinita —era un cabrón visionario el hombre.
Fernando se puso serio de golpe.
—¿Una de las máximas de San Jerónimo?
—No. De él es «No se empieza a ser perfecto en un solo día» —sentenció Pérez.
«Este me va a joder la audiencia que él mismo propició».
—¡Tan sabio San Jerónimo! —palmoteó Isabel y luego se dirigió a Cristóbal—. ¿Piensa entonces que puede llegar a las Indias yendo al oeste?
—Con toda certeza, Su Majestad —«ella sí está interesada»—. A un mismo punto de la esfera se puede ir por infinitos caminos desde otro.
—¡Me gustas, don Colón! ¡Oh, cuánto! —rió Fernando levantándose de su asiento—. ¡Justo como me habían contado que eres!
Yendo a pararse detrás de la silla de Cristóbal, le besó la cabeza. «¡Este tiene que estar de joda!» —pensó el marino.
—Debo ir a ponerme al punto de los informes que llegan desde Granada, es más urgente y vital que ponerle especias a nuestros platos… si no les molesta la comparación. Los dejo con la compañía y la gracia de Isabel, que no soporta las obligaciones «del tolete» —dirigióse hasta su esposa y haciendo una profunda reverencia le besó la mano que ella le extendió con una sonrisa pícara.
Juan Pérez y Cristóbal Colón se incorporaron de sus asientos para despedir la retirada del rey, quien salió elegantemente por la puerta norte del salón camino a otra de las habitaciones.
Hubo un silencio en lo que se acomodaron nuevamente. Afuera lloviznaba ligeramente y aunque aun había frío, ya Alcalá de Henares daba señales claras de la incipiente primavera.
«Mierda de clima». Colón se había mojado las medias llegando al Palacio Arzobispal y tenía las canillas en modo témpano. «¡Si tuviera a Felipa para achucharme y cuidarme una gripe, no hubiera peligro, pero…».
—A mí me interesa mucho el asunto —interrumpió Isabel los pensamientos del navegante—. Claro, que habría que estudiarlo todo bien, pero pienso que podríamos otorgarle apoyos y máxima autoridad para premiar viaje tan peligroso y crucial… y como ven, Fernando está un poco reticente aún.
—Sabemos de su ascendente sobre el rey y de la gracia de convencimiento que puede desplegar, señora mía —lisonjeó el clérigo.
«Traducido: dele buena cintura al asunto» —pensó Colón.

(Capítulo 2 (íntegro) de la novela #Descubrignando)

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