
LA HABANA SIN COPPELIA
Carlos Cabrera Pérez
Majadahonda.- La muerte de Coppelia -no confirmada por el régimen- simboliza el colapso del comunismo de compadres; incapaz de producir casi nada, excepto represión, oscuridad y marabú, pero abre el camino a la privatización de la mítica heladería habanera, sus filiales provinciales y los combinados lácteos; que caerían en manos de subguaras posicionadas para la hora de los mameyes.
El gobierno aprovechó el paso del huracán Rafael, el mes pasado, para acometer el cierre, aunque mantiene a empleados vendiendo galletas en los accesos; como parte del embaraje en el que vive continuamente y la larga agonía de Coppelia.
Que Coppelia desaparezca es una mala noticia de notable impacto en la estropeada psique habanera porque era la guinda de ese trayecto empinado y retozón que fue La Rampa; con la galería más pisoteada del mundo y que combina hitos arquitectónicos republicanos; como la sede del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, con rascacielos, cines, cafeterías y clubes nocturnos made in yuma; aunque el paisaje de la heladería tiene claras influencias del modernismo italiano.
Ir a Coppelia -incluidas sus filiales de Varadero y Santa Clara, más la red nacional de Coppelitas se hizo costumbre en los días luminosos y tristes del Caribe, cuando padres y abuelos resolvían una merienda; mientras jóvenes y tembas de todos los barrios llegaban hasta 23 y L para refrescar e intentar matar la jugada; como también pretendían en el Club 21, el Monseigneur, el Wakamba, la Red o la Zorra y el Cuervo; siempre según el poderío monetario del cazador y los atributos de la pareja.
Desde la crisis de los 90, el amor de ocasión carece de posadas, pero es una transacción financiera, donde los macetas se llevan la gata a la cama y viceversa porque donde hay desquite no hay agravio y los cubanos con posibles, además de templar bien o mal, deslumbran a sus conquistas con aro, balde y paleta.
Los homosexuales y jóvenes en “actitudes feminoides y elvispreslianas” también elegían Coppelia como punto de encuentro y luego se desparramaban por los mismos sitios a los que acudían heteros, pero sin obviar cines, galerías, teatro y librerías.
Por todo ello, Coppelia fue un objetivo de la Seguridad del Estado, atenta siempre a la gozadera ajena y que tuvo o tiene su Departamento Ideológico en la calle 21, frente al hotel Capri; ahora gestionado por una empresa española que aguanta la travesía del desierto con la esperanza de llegar a la tierra prometida y vender su cartera a cubanoamericanos, que otean -desde la orilla de enfrente al Malecón- las vicisitudes del pan con na y la cerveza dispensada.
La caída en desgracia de Coppelia se suma a la larga lista de establecimientos ultimados por la casta verde oliva y enguayaberada, que debió rescatar algunos para el turismo, que exigió La Habana como destino favorito y no la cayería norte de la isla o Varadero, como planeó Fidel Castro.
Coppelia, a diferencia de otros establecimientos no fue una herencia del capitalismo republicano, sino una creación revolucionaria de Celia Sánchez, con la cooperación del insigne arquitecto Mario Girona y, aunque la mayoría de las crónicas alusivas hablan de que arrancó con 26 sabores -siempre es 26- en su época de máximo esplendor ofrecía 54 sabores diferentes de buena calidad.
Por si fuera poco, solo la heladería habanera daba trabajo a más de 400 cubanos y atendía -diariamente- a 35 mil clientes, que consumían 4.250 galones de la rica mezcla en Sunday, Tres gracias, Turquino y Ensalada; entre otros formatos.
El objetivo político de la creación de Coppelia -nombre elegido por Celia porque era el de su ballet favorito- estaba la pertinaz tozudes del comandante en jefe de superar en producción y calidad a las marcas estadounidense, para lo que se compraron maquinarias en Holanda y Suecia.
Cuba tenía una buena tradición heladera, que abarcaba desde los ricos y apreciados helados de frutas y sin leche de los emigrantes chinos; los más viejos de Ciego de Ávila recordarán Los helados de París, del emigrado Rogelio Wong Chi y marcas como Hatuey, Guarina o Siboney, pero el plan era construir una, dos, tres muchas Coppelias e intentar borrar cualquier vestigio republicano.
En una tarde de ansiedad, el heladero en jefe se comió 18 bolas de helados de vainilla; contaba Gabriel García Márquez, en una de sus estampas intentado humanizar al Caballo, deseoso de pararse en una esquina sin que nadie lo reconociera.
Para eruditos queda el estudio de la pasión láctea de Fidel, que experimentó con cruces de vacunos, la producción de quesos, yogures y mantequilla y enloqueció con Ubre Blanca, una F-2 pinera a la que convirtió en monumento nacional y portada de Granma durante meses; además de llevarse vacas Holstein a la calle 11 del Vedado y a Punto Cero; donde intentó reproducir la hacienda Manacas de su infancia.
En un país sensato, una vez agotado el pan de piquitos soviético; la opción más ventajosa habría sido la privatización de un negocio rentable, pero la dictadura más vieja de Occidente suele comportarse como esas modistas de antaño, de barrios y pueblos, expertas en ensanchar vestidos de novia para contrayentes embarazadas; con el objetivo de ocultar que habían cogido fiado.
Desde la crisis económica de los 90, Coppelia funcionó como una empresa privada de titularidad estatal, donde jefes y empleados vendían todo por la izquierda con servicio a domicilio incluido, en moneda dura o su equivalente en pesos cubanos; mientras la dictadura intentó reflotarla varias veces, incluido el auxilio del presidente Hugo Chávez y la creación del salón Las cuatro joyas, en alusión al cuarteto estelar del Ballet Nacional de Cuba: Aurora, Josefina, Loipa y Mirta.
¡Tremendo negocio! El Estado; léanse los cubanos empobrecidos, soportando los gastos de estructura y funcionamiento y los compañeros jugando a las candelitas; obviamente para llegar a director de Coppelia deben reunirse méritos revolucionarios y sociolismo, que es la fórmula más repetida en la gran simulación anticubana.
El 2025 será “provechoso” ha dicho Miguel Díaz-Canel; sin aclarar para quiénes; aunque el mandatario no debía descuidarse en ese asunto de Coppelia porque el ballet cuenta la pasión del Doctor Coppélius, por una muñeca bailarina de tamaño humano, de quien se enamora perdidamente, abandonando a Swanilda, su primer amor quien, enloquecida, se disfraza de pepona, pretendiendo cobrar vida; así que buen provecho, presidente, pero recuerde que los cubanos son tremendos jodedores y no paran de inventar, mientras el enemigo acecha.