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TRAGEDIA EN CAMAGÜEY: EN LUTO MINAS

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Minas.- La casa de Keilyn Torres Varela estaba en penumbras. Solo el resplandor tenue de una vela iluminaba el rostro destrozado de una mujer que había perdido todo. En el centro de la habitación, el ataúd pequeño de Edgar Aliesky, con flores marchitas y lágrimas que nadie podía detener.

Abuela: (llorando en un rincón) Si hubiera sabido… si tan solo hubiera imaginado que iba a hacerle daño, no lo habría dejado ir…

Keilyn apretaba los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos. La voz de su madre apenas le llegaba. Todo lo que podía oír era el eco de su hijo diciendo: “Mami, papi me va a llevar a jugar”.

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Mientras tanto, en algún lugar oscuro y escondido del campo, Aliesky Martínez Ferrer intentaba encender un cigarro con manos temblorosas. Sus ojos estaban enrojecidos, pero no por remordimiento. Era rabia, pura y descontrolada.

Aliesky: (murmurando para sí mismo) Ella me lo quitó… me lo quitó todo… ¿y ahora qué? Si no es mío, tampoco va a ser de nadie.

El recuerdo del momento exacto en que había cometido el crimen lo golpeaba como una ola que nunca se detenía. La mirada de su hijo, al principio confiada, después aterrada, cuando las manos de su propio padre lo estrangularon.

Edgar: (con voz débil) Papá… no puedo respirar…

Pero Aliesky no escuchaba. En su mente, veía el rostro de Keilyn. La culpaba de todo.

Horas después, cuando escapaba por el camino polvoriento, se cruzó con una joven mujer embarazada. Ella lo miró con desconfianza, notando su rostro desencajado.

Mujer Embarazada: ¿Usted está bien, señor?

Esa pregunta simple fue suficiente para que algo dentro de Aliesky se rompiera de nuevo. En un arrebato, la golpeó con toda su fuerza. El grito de la mujer se perdió en el vacío del campo. La atacó sin piedad, y violo como si desquitara en ella todo el odio que llevaba dentro. Cuando terminó, la dejó tirada como si fuera un objeto roto.

Aliesky: (riendo enloquecido mientras revisaba su celular robado) Todos van a pagar. ¡Todos!

De vuelta en el pueblo, la policía ya había comenzado la búsqueda. Keilyn estaba bajo custodia, pero eso no apaciguaba el miedo que la consumía.

Keilyn: (gritando al oficial que la custodiaba) ¡Tienen que encontrarlo! ¡No va a detenerse! Me lo dijo… me dijo que iba a matarme.

Article feature imageLa voz del policía era firme, pero su mirada traicionaba incertidumbre.

Policía: No se preocupe, señora. Lo atraparemos. Nadie puede escapar para siempre.

En la funeraria, los vecinos se acercaban a darle el pésame a la familia. Algunos murmuraban en voz baja, otros sollozaban. Pero todos compartían la misma pregunta: ¿cómo alguien podía hacer algo tan monstruoso?

Vecina: (a otra mujer en voz baja) Dicen que fue porque ella no quería volver con él. Pero eso no justifica… eso no lo justifica.

Minas, normalmente un pueblo tranquilo, se había convertido en un lugar de pesadilla. Nadie dormía tranquilo, sabiendo que un hombre capaz de tanta crueldad aún estaba libre.

En la distancia, el sonido de las sirenas rompía el silencio de la noche. Pero Aliesky seguía prófugo, perdido en la oscuridad de su propia maldad.

 

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