Por Manuel Viera ()
La Habana.- Fue en esta pequeña casita en San Juan número 5, en el poblado de El Rincón, donde pasé mis días más felices. Nunca me gustó vivir en Siboney, nunca disfruté la vida entre hijos de generales y comandantes.
Fue aquí, junto a mi abuela, donde pasé los mejores días de mi vida. Recuerdo con mucho cariño a cada vecino: a Nena, Lola, Jorgito, Pilar, Hida, Iluminada, Daisy, Mayelín y a quien fuera una amiga entrañable de mi abuela, la señora Leonor.
Muchos ya no están vivos, otros se han ido del país, el hecho es que allí ya no queda nadie. A las personas que viven ahora en esa casita entrañable ni siquiera los conozco, pero fueron amables.
Aquí aprendí a jugar a las bolas, a amar la lectura, aprendí el ajedrez que descubrí de los libros de mi tío Manolo por el que llevo mi nombre, tío al que nunca conocí porque se quitó la vida a inicios del desastre cuando le obligaron a cumplir servicio militar. Era un joven brillante que amaba la medicina como a nada, el único hijo varón de mi abuela que vivió toda su vida con el corazón destrozado.
Aquí aprendí que existía el 17 de diciembre y salía ese día a la avenida a ver a los fieles pasar, muchos haciendo impresionantes sacrificios. Aquí aún está la escuela primaria pública de mi madre, donde no sólo aprendió a leer y escribir, sino incluso le enseñaron a tejer y bordar, escuela construida por Batista y que ahora luce adornos socialistas, aunque bastante destruida, sin pintar, con sus ventanales rotos.
Mamá siempre ha hablado muy bien de su escuela primaria, gratuita, publica, capitalista y de excelencia. Yo adoraba escucharla hablar de aquellas cosas.
Hoy regresé a mis orígenes, recordé a mi abuela Caridad y a mi abuelo Pulido, pude sentir el olor de su pollo con papas de cada domingo, sus manos acariciando mi cara. Hoy lloré, hoy fue un día de muchos recuerdos y aún en medio de tanto recuerdo me he sentido muy feliz.
