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Por Joel Fonte ()
Que cese la dictadura para que cesen los odios, los encarcelamientos políticos, la vida infame, y nuestra gente huyendo del país…
La Habana.- Una de las banderas que ha servido con más efectividad a la líder opositora venezolana María Corina Machado para atraer a millones de sus conciudadanos en torno a la Plataforma Unitaria de la oposición al déspota Nicolás Maduro, ha sido la Reconciliación Nacional, unida al retorno de los más de siete millones de venezolanos que se calcula que han huido de ese país suramericano en cerca de 25 años de régimen chavista.
Representa un por ciento abrumador para una nación de alrededor de 30 millones.
Pero no es solo Venezuela la que ha sufrido tal tragedia migratoria. El drama humano del éxodo es emergente allí donde se instala un régimen totalitario que cercena los derechos y libertades de los ciudadanos, impidiéndoles construir una vida digna para ellos y sus familias, y obligándolos a huir a países extraños.
Los cubanos sabemos bien de ese drama.
Para cualquiera a quien le importe el sufrimiento de su pueblo -que es a la mayoría de las personas- duele preguntar por familiares, amigos, vecinos, conocidos, y verificar que se han ido, que ya no están más.
Unos han llegado a su destino, viven, o sobreviven, despojados de sus raíces, lejos de sus seres queridos, en los lugares más remotos de todos los continentes, o han sido abusados o muertos en las selvas de Suramérica, de Centroamérica; o se han ahogado en ríos y mares buscando la libertad que aquí nos han arrebatado.
Se presumen por miles los cuerpos que en más de seis décadas de emigración han sido tragados solo por las aguas del Estrecho de la Florida, miles de vidas truncadas.
Muchos coinciden, además, en que son cerca de tres millones los cubanos que viven en el exilio, casi un tercio de los menos de 10 millones que el castrismo ha admitido que sería la población actual aproximada residente en Cuba, un dato que podría ser menor, pero que no se verifica desde el último censo de población hace más de 10 años.
Solamente desde enero del 2022, a noviembre del año 2023, más de un millón 700 mil cubanos habían emigrado legalmente.
Estos datos no incluyen los que lo hicieron de modo irregular, ni los cerca de 100 mil que se han marchado por la vía del parole humanitario.
A esas cifras escalofriantes para el futuro de cualquier nación, debe sumársele el rápido envejecimiento de la población, que no se renueva con nuevos nacimientos, el hecho de que es la población joven, en edad laboral y más apta para constituir familias la que más emigra, y a la vez la que más conforma la avasallante cifra de encarcelados que tiene Cuba, que ocupa el quinto lugar de reclusos por el total de sus habitantes. De ellos, según varias organizaciones que investigan las violaciones a los derechos humanos en el país, más de mil son presos políticos, víctimas de procesos injustos instruidos tras las protestas masivas del 11 de julio del 2021.
Es un cuadro que no hace sino agudizarse cada día ante la realidad de un régimen que solo genera odios, frustraciones, y cuya estructura ha sido abarcada por el gravísimo cáncer de la corrupción, que le es ya consustancial y que genera a la vez una aumentada represión contra todo el que suponga un riesgo para la permanencia del sistema.
Por eso, la lista de potenciales emigrantes no hace más que crecer.
¿Dónde está la solución, entonces? Está en nosotros mismos. Está en la capacidad de sacudirnos unos miedos que son más agudos, más graves que los que nos infunde la propia dictadura, y que están dentro de nosotros mismos, en nuestras mentes, y que nos acompañan casi desde nuestro nacimiento, porque el castrismo lo alimenta como método de control social.
Entonces, desatar la fuerza sísmica que una nación resuelta a luchar por sus derechos posee, y comenzar a cambiar a cambiar el presente desde cada uno de nosotros, es el primer y gran paso hacia la Libertad.
No más temor. Basta de tolerar injusticias. No más dictadura en Cuba.