De joven, en mi ignorancia y soberbia, siempre hacía un gesto despectivo cuando se mencionaban a los Beatles, los tenía por un grupo menor, elemental, no eran lo suficientemente heavy como Led Zeppelin, Deep Purple, Black Sabbath, Iron Maiden, Scorpions, AC-DC.
Algo cambió cuando, en 1986, aterrizaba en Budapest para estudiar la mecánica de los reactores nucleares. Entre las caminatas a orillas del Danubio y las excursiones a las colinas del Géllert se construyó la otra mitad de ese puente sobre aguas turbulentas que siempre son los Amigos. Sirva esta crónica para evocar los nombres de Humberto, Paco, Abelardo, Izaky, Gabriela, Nirsa, Solís, El Sergo, Yuri, Espinosa, Mandy, Leonardo, Gregorio.
Ivan Peraza, un pinareño que anda por Salamanca, con el que compartí los mejores ratos en aquellos años en el país de los magyares, sin proponérselo, reorientó mi gusto musical a base de canciones y discusiones sobre el «Album Blanco», «El Sargento Pimienta», el «Submarino Amarillo», «Rubber Soul» o el “Let it be”.
Era Septiembre del 2002, un viernes en la tarde, ya a punto de dejar la oficina, me llamó Roly, el informático. Me senté junto a él, frente a la computadora, y me dejó leer el correo electrónico de un amigo de Cienfuegos. Del texto, más o menos largo, recuerdo un par de oraciones: “…George Martin llega el mes que viene, tiene un concierto en el Amadeo Roldán el 1 de Noviembre y al otro día una charla sobre la grabación del Sargento Pimienta en el Chaplin, no sé si pueda ir…”. El Roly me soltó: es el cierre de mes, yo estoy jodido, ve tú.
No tenía vacaciones, hice mis cálculos, las cuentas, como (casi) siempre, no daban, estaba indeciso. Pasaron los días. El viernes 1 de noviembre me levanté de un salto a las cinco de la madrugada, media hora después estaba cogiendo el tren Cienfuegos-Santa Clara. Me bajé en Ranchuelo, caminé hasta el puente de la autopista. Serían casi las nueve cuando me subí a una rastra que transportaba bloques y ladrillos para la capital. Llevaba en el bolsillo 60 pesos.

A las dos y pico de la tarde daba un salto frente a la Virgen del Camino entre una nube de polvo. Sobre las cuatro de la tarde estaba sentado en la puerta enrejada de Gloria # 604. No tuve tiempo, ni teléfono para avisar a mis amigos de La Habana. Cuando Cary me vio en aquella pose de homeless le salió una de sus naturales expresiones: ¿Qué coño tú haces aquí? ¡Todavía me rio con la cara de Cary!!
Mis amigos no me esperaban, mis visitas a La Habana se limitaban a cinco días de cada diciembre para ver películas europeas e irme con el Migue a conciertos de rock. Les expliqué el motivo de mi muy inoportuna presencia: George Martin estaba en La Habana, esa noche estaría en el Amadeo Roldán, un concierto con la sinfónica. Y como siempre, tuve ducha, comida y cama gratis. Ihosvany y Migue no se animaron a ir, dudaban que a esas alturas se pudiera conseguir entradas, me dijeron cómo hacer para llegar a la sala de conciertos.
A las siete y algo me fui Gloria abajo, hasta una parada frente al mercado de Cuatro Caminos, cogí la guagua, estaba llena, caminé hasta el fondo. Me detuve, o me detuvo, justo frente a un hombre que lucía un pulóver blanco con un dibujo alegórico al concierto de esa noche. Caramba, pero si han vendido hasta pulóveres, pensè. No creo mucho en eso de: No hables con desconocidos, di un paso más y pregunté:
-¿Disculpe, amigo, Usted va para lo del concierto en el Amadeo Roldán?
-Si- fue la única respuesta.
-Qué bien, es que yo no soy de aquí. Usted me podría indicar el camino cuando nos bajemos de la guagua.
-Pues claro, muchacho. ¿De dónde eres?
– Soy, de Cruces, un pueblo de Cienfuegos.
-Cruces, sí, lo conozco. Parece que te gusta la música, y…. Los Beatles.
Improvisamos una charla sobre la música en general, mi pueblo y cosas personales que duró hasta que nos bajamos de la guagua. Camino al Teatro volví a preguntar.
-¿Usted sabe dónde puedo comprar una entrada?
El hombre no pudo ocultar una risa benevolente. «No muchacho, esas entradas se vendieron hace rato, volaron, y además hay muchos invitados. Creo los revendedores las tienen a 300 pesos». Seguimos acercándonos a la entrada del local, yo iba detrás, con la mirada en el piso, sin hablar.
El hombre hizo una parada, giró bruscamente a la derecha y me hizo una señal para que lo siguiera. Llegamos a una de las puertas laterales y nos detuvimos. El milagro.
-Amigo- dijo el desconocido sin preámbulos y mirando a los ojos-, me pareces una buena persona y eres un Fan de los Beatles. Yo soy músico de la Orquesta Sinfònica, toco la trompa. Tú vas a entrar al Teatro y vas a ver este concierto. No te muevas de aquí.
Creo que no di ni un paso, no podía reponerme de aquella sentencia. Luego de tres minutos empezaron las dudas. Quizás fue una broma que no supe captar, una mentira sin consecuencias, ¿había entendido bien sus últimas palabras? Los minutos se hacían eternos, no quitaba la vista del portón. Entonces se abrió de golpe, apareció el hombre y me invitó con un rápido ademán de mano. «Ya estás adentro, busca silla en la planta de arriba, espero lo disfrutes», fueron sus últimas palabras junto al estrechón de manos.
Fue un gran Concierto. La Orquesta, el coro, algún trovador, Luis Manuel Molina, Joaquín Clerch, Leo Brower estuvieron magníficos, música de y para los Beatles. Al final el propio George Martin subió al escenario, dirigió la orquesta en la interpretación de “Yellow Subamarine” y “Hey Jude” y saludó al público visiblemente emocionado que estuvo un buen rato aplaudiendo de pie.
Salí del teatro súper-contento, hablando conmigo mismo, no sabía ni para dónde coger. Me entretuve mirando los jardines del lugar, la Luna. Ya me disponía para el regreso cuando distingo entre las sombras un hombre alto, de traje oscuro, que avanzaba casi a mi encuentro. Era George Martin, iba delante de una comitiva de ingleses a los que un par de carros esperaban. Caminé directo al músico, pude estrechar su mano al tiempo que decía: «gracias por todo». No tuvo reparo en devolver el saludo, no se incomodó frente al intruso. Le pedí un autógrafo sin tener papel o lápiz, y me respondió con un gesto de pena, él tampoco llevaba nada en sus bolsillos, buscò en el saco y los pantalones. Todo eso en 20 segundos, lo vi alejarse hasta meterse en el Mercedes-Benz.
No sé a qué hora regresé a La Habana Vieja, estaba atontado y medio borracho sin haberme tomado un trago. El sábado día 2 me fui al Cine Chaplin, está vez George Martin deba una especie de conferencia-conversatorio sobre la grabación y producción del disco que muchos consideran el producto más acabado y original de los Beatles: “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band”.
Confieso que me costó trabajo entender los detalles y algunas referencias, mi inglés era mucho más pobre, y no tenía a quién preguntar. Pero igual, mi alegría era muy superior a las carencias, nada podía romper la magia de aquellas horas. Aquel día sí que me llevé papel y pluma para un autógrafo, mas George Martin despareció sin dejar rastro. Y eso que lo estuve buscando por esa calle 23 y sus alrededores por más de dos horas. A veces sólo se nos da una oportunidad.
Esa misma noche me fui para “La Coubre”, lista de espera. En el viaje de vuelta, mientras tarareaba “Penny Lane”, ‘’The fool on the hill” y «Strawberry fields forever” intentaba poner mi cabeza en orden, y pensaba en mis amigos de siempre y en áquel (buen hombre) del que nunca supe su nombre, y que permitieron un encuentro imposible con Los Beatles.