Por Jorge Fernández Era
()LA Habana.- A las 12:30 del mediodía, tal y como anuncié en mi post anterior, bajé las escaleras y me senté abajo. Eché un vistazo en derredor y descubrí a los invictos Unonoventaicinco y Manuel —Manolito en el Servicio Militar; fue el oficial que me citó el 27 de enero—, parados en la farmacia de Flores y Zapotes, marcando para cuando surtan medicamentos. En la calle, parqueado, el Lada verde olivo chapa P 065 123, al que no acaban de darle una puñetera mano de pintura.
Dos minutos después, al ver que me mantenía sentado sobre el segundo peldaño del edificio, se dirigieron hacia mí y ocurrió el siguiente diálogo:
Unonoventaicinco: Buenos tardes, Jorge, ¿cómo estás?
No le respondo. Solo lo miro y esbozo una sonrisa.
Unonoventaicinco: Ah, ¿no vas a hablar? Vuelves a perder la oportunidad de conversar conmigo (se retira de vuelta a la farmacia, no quiere perder el turno).
Yo: (Un poco más alto para que lo oiga) Es que no es nada agradable conversar contigo.
Manolito se queda parado. Le hablo.
—¿Manuel?
—Sí.
—Estabas perdido.
—No creas. Yo siempre he estado.
—¿Sí? No te he visto más.
—Sí me viste, pero yo estaba con nasobuco.
—Pero no pusiste la cara, compadre.
—(Se va retirando; Unonoventaicinco, de tan traicionero, es capaz de tumbarle el uno en la cola) Buenas tardes. Saludos a Laideliz.
Se sentaron en el portal de la farmacia. No me perdieron de vista hasta que subí a la 1:30 hacia mi apartamento. Dio tiempo a tirarles la foto que adjunto, donde se observa a ambos sentados donde los dejé, el Lada parqueado un poco más abajo y una bicicleta que pudiera ser de Manolito. No me extraña que le haya arrebatado el turno de pintura a su compañero de fórmula y su moto ya esté a punto. Así van rotando y logran coger enalapril en la próxima jugada.