Mauricio de Miranda Parrondo
Cali.- A pesar de los problemas técnicos ocurridos en la primera parte de la transmisión de La Forza del Destino desde el Metropolitan Opera House de New York que fueron casi desesperantes por la cantidad de interrupciones sufridas (y que llevó a los directivos de Cine Colombia a ofrecer la retransmisión gratuita de toda la ópera para quienes estábamos allí) asistimos a una función con un altísimo nivel musical. La producción fue otra cosa, como ya parece ser una constante.
La Forza del Destino, una de las más conocidas óperas de Giuseppe Verdi, con libreto de Francesco Maria Piave, tiene muy altas exigencias vocales, lo que hace difícil reunir un elenco capaz de cumplirlas. El MET levaba veinte años sin representarla.
Hoy hemos podido asistir a un verdadero acontecimiento. El elenco estuvo encabezado por la soprano lírico-dramática noruega Lise Davidsen en el rol de Leonora. Conocida por magistrales interpretaciones de roles de Richard Wagner, Richard Strauss y Carl Maria von Weber, ha demostrado hoy que también hay que contar con ella en lo que a Verdi se refiere. Resulta llamativo que con una voz de dimensiones impresionantes, típica de roles wagnerianos y straussianos (aunque todavía no los más dramáticos como Isolde, Brünnhilde o Elektra (cantará Salomé en mayo en París), muestra una fantástica disposición para roles más líricos, característicos de las heroínas verdianas. Pero además, a pesar de su origen nórdico, ha penetrado en el estilo italiano que debe caracterizar a una excelente soprano verdiana. Su «Pace, pace, mio dio» enloqueció al inmenso auditorio neoyorkino, pero antes, en «Madre, pietosa vergine» arrancó atronadores aplausos al exigente público.
El joven tenor lírico estadounidense Brian Jadge es actualmente uno de los mejores del mundo. Su voz es potente y al mismo tiempo melodiosa y cristalina, con excelente fraseo y musicalidad. Su desempeño en el rol de Don Álvaro fue impecable y arrancó atronadores aplausos en cada una de sus arias y duettos y al final, quienes aun no se habían levantado de sus asientos en medio de las ovaciones propinadas a los cantantes, se levantaron como resortes ante su salida al saludo.
El barítono ruso Igor Glovatenko, debutaba en roles de Verdi en el Met interpretando con lujo de excelencia el rol de Don Carlos, hermano de Leonora. También posee una voz potente que permitió recordar a los grandes barítonos verdianos de los años sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado.
El joven bajo estadounidense Soloman Howard tuvo a su cargo los roles del marqués de Calatrava, padre de Leonora y Carlos y el del Padre Guardiano, ambos fantásticamente bien cantados.
La mezzosoprano rumano-húngara Judith Kutasi y el bajo-barítono estadounidense Patrick Carfizzi también mostraron excelentes desempeños en sus roles de Preziosilla y Fra Melitone, respectivamente.
Los coros del MET para el magistral liderazgo del maestro Donald Palumbo, contribuyeron notablemente a esta excelente función desde el punto de vista musical.
La orquesta, como siempre, mostró su excelencia acostumbrada bajo el carismático liderazgo del director musical titular del MET, el joven canadiense Yannick Nézet-Séguin.
Pero …. nada es perfecto. Como ya se hace costumbre, el lunar es el de la producción, en este caso firmada por el polaco Mariusz Trelinski y con el diseño escénico del eslovaco Boris Kudlička.
En realidad no critico la producción, sino la concepción de la misma. La producción, como casi todo en el MET es fastuosa en su magnitud y con muy cuidados detalles. Sin embargo, Trelinski prefirió cambiar la ambientación de la ópera hacia tiempos contemporáneos imaginarios en los que el marqués de Calatrava es un general con poderes dictatoriales y a su muerte el país vive una guerra civil que lo destruye totalmente. Imágenes de helicópteros que recuerdan la guerra de Vietnam, tumbas de soldados como las que se mostraban en Francia después de la segunda guerra mundial o en Vietnam durante la guerra de Indochina e imágenes de destrucción que bien podrían tener como referente a algunas ciudades ucranianas o a la reciente Gaza.
Entonces se producen varios absurdos. En la historia de la ópera Leonora busca refugio en un convento y se convierte en ermitaña. En las arias y duettos se hace referencia a esto, pero en lugar de un convento, el Padre Guardiano y Fra Melitone atienden a refugiados de la guerra en los sótanos del metro. Leonora en cambio, en lugar de vivir como ermitaña en una gruta, es una homeless en el metro con carrito de mercado y todo. Ese tipo de «interpretaciones», como ya lo he dicho en otras ocasiones, le hace perder sentido a la ópera misma. Yo ya casi prefiero escuchar antes que ver, por eso a veces incluso cierro los ojos para que sea la música la que me invada.
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