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UN GRAN PADRE

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Por Esteban Fernández Roig Jr.
Miami.- Tenía 11 años. Estuve ocho o nueve días sin salir de la casa. Por primera vez en mi corta vida no quería estar ni en el portal…
Mis padres me empujaban a salir para la calle, yo inventaba montones de excusas para quedarme el día entero dentro de la casa.
Mi vecina Mahelia Núñez -que también era mi maestra en el Colegio Americano- tocó en la puerta para indagar por qué yo había estado varios días sin asistir a la escuela. Mami le dijo que “Estebita se siente mal” sin saber en realidad lo que me ocurría.
Nunca mi padre decía una mala palabra, pero molesto se me encaró y me preguntó: “¿Qué coño te pasa, Esteban de Jesús?”
Y le expliqué: “Bueno viejo, lo que pasa es que hace unos días saliendo de la casa de mi amigo José A. Goiriena en mi bicicleta un hombre como de 45 años se me aparejó en otra bicicleta”…
“Me preguntó si quería ir a su casa a tomarnos unas cervezas y, desde luego, rechacé la invitación”..
“Pero, papá, después dondequiera que voy me lo encuentro y hasta me dijo que me encontraba muy bien parecido, y ya lo mandé pal’carajo y lo amanecé con un seboruco que cogí de la calle”.
Mi padre no me respondió una sola palabra, se puso a la cintura un revólver calibre 38 que le había regalado su hermano Enrique, y salió disparado para la calle.
Fue a ver al mulato Atino, un delincuente que después fue tremendo chivato fidelista y le preguntó: “¿Tú sabes quién en Güines hace esta cabronada con los jovencitos?” El taimado Atino le dijo que “Sí, Esteban, yo tengo una idea de quién pudiera ser”…
Mi padre amenazó: “Bueno, ve y dile que si nada más saluda de lejos a mi hijo Estebita le voy a vaciar todas las balas de este revólver en su cabeza”…
Remedio santo. De ahí en lo adelante el tipo me veía y salía huyendo.

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