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Por Jenny Pantoja
La Habana.- Escribo ahora, a más de cuatro días de los sucesos que narro, precisamente porque situaciones de salud de mi esposo me lo habían impedido. Cuidar un enfermo en un hospital en la Cuba actual es tarea titánica. No queda tiempo para mucho y cuando llega la noche ando desecha. Sin embargo, es importante la denuncia, no importa que sea con tardanza, para mostrar la indignidad en que vivimos en la isla.
Todo suceso tiene su causa, su por qué. Sin embargo, algunas concatenaciones de eventos parecen azarosas, traídas por lo imprevisto. La cuestión del azar, de la casualidad es, a mi modo de ver, circunstancial; al menos para mí: la casualidad no existe. Existe como fuerza central, esencial y potente, la causalidad. Esto es importante para discernir las causas de procesos legales, la diferencia entre una causa común para considerar un delito, de una causa política. El reconocimiento de esta última como causa de un proceso llevaría a la constatación de que Cuba, en efecto, no tiene un estado de derecho.
Cuando la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) me detuvo a mi llegada a Matanzas, como ya conté, nadie me dijo por qué era conducida de regreso a mi hogar en La Habana. Todos sabíamos, sin decirlo, que era por la celebración del juicio contra la profesora Alina Bárbara López Hernández, que era la causa de mi viaje. Tras la detención de la policía, estaba el verdadero protagonista del arbitrio: la Seguridad del Estado (SE). El Mayor Pablo –“muy amablemente”- lo explicitó: “Mañana usted no puede viajar a Matanzas y no puede salir de su casa”. Como ya también conté en mi escrito anterior, riposté todas las razones del por qué, eso que él disponía, contravenía mis derechos como ciudadana, mi libertad de movilidad dentro del país y, sobre todo, que la medida no provenía de ningún tribunal, resultado de una sanción posterior a un delito previo de mi parte. El Mayor Pablo tampoco nunca me enseñó una orden de arresto o algún tipo de documento que avalase sus palabras; era eso, la palabra de una persona que, valga la redundancia, solo decía quien decía ser, desde su palabra, solo su palabra.
Al siguiente día, en realidad no podía salir de casa debido a problemas de salud de mi esposo que se encontraba bastante mal. Salí a botar la basura y a comprar flores en las inmediaciones de la puerta de mi hogar, pero al mediodía mi esposo, se puso peor. Él no quería salir para que no hubiese problema, pero no quedaba de otra: urgía llevarlo a un hospital. Nos dispusimos y a la una y tanto, casi dos de la tarde, salimos de casa y por supuesto, los cuatro agentes de la SE fueron a mi encuentro. El que habló, un muchacho muy joven, bisoño aun, no entendió de razones: yo debía quedarme en casa y ellos llevaban a mi esposo al médico. Le expliqué que estaba muy mal, lo cual era evidente, solo había que ver sus piernas y manos visiblemente hinchadas con la abundante retención de líquido en el cuerpo y el rostro notablemente desmejorado y casi sin poder estarse en pie. Yo debía acompañarle. Expliqué que fueran con nosotros y que nos devolveríamos a casa después que lo viera un médico. El aprendiz de represor, alzó la voz contundente: “Si usted se marcha, solo podemos llevarla detenida”. Acudió el patrullero apostado con sus dos policías. Realmente todo se ventiló sin escándalo. Yo alegué mis razones y el imberbe las suyas, irrefutablemente. Los policías solo repetían que ellos no sabían nada, que recibían órdenes por lo que deduje que nunca frenarían aquel ejercicio flagrante de deshumanización y atropello. Yo avancé decidida a hacer valer mis derechos: “Nadie me ha enseñado un documento que diga que estoy bajo arresto y esto es un atropello y una arbitrariedad” -dije. La discusión se centró entre el imberbe y yo. Cuando miré a mi esposo, estaba lívido y hacia muecas de dolor. No podía esperar más y dejé mis derechos ciudadanos aplastados en plena acera y nos subimos al carro patrullero, supuestamente para ir al hospital.
Nunca nos llevaron allí. A pesar de que los auxilios médicos que le urgían a mi esposo no eran propios de los que brinda una policlínica, nos condujeron a la de Luyanó, en la calzada del mismo nombre. Al llegar allí, mi esposo bajó primero y cuando fui a hacerlo yo, me retuvieron a la fuerza indicando que tenía que quedarme dentro del patrullero, que una de las agentes acompañaría a mi cónyuge. Volví a ripostar. Volvió el aprendiz-agente a enardecerse y yo volví a entrar en el patrullero, más preocupada por mi esposo que por mis derechos civiles otorgados por una Constitución que se pisotea flagrantemente. Miré a la entrada del policlínico, ya mi esposo cruzaba el umbral y eso era en ese momento lo importante. Yo, esperaría a que saliera, sin embargo, cual no fue mi sorpresa, cuando montaron los dos policías en el patrullero, lo cerraron y arrancaron tras el bisoño aprendiz de represor, calzada abajo. Ahí me di cuenta de que había sido engañada, me llevaban a una estación policial.
La realidad siempre supera a la ficción. Llegados a este punto, entre mi natural tendencia optimista (a veces en demasía, la verdad) y mi desconocimiento real de los métodos y procederes policiales, me di cuenta tardíamente de que no había sido llevada a la estación de Aguilera para una discusión entre los raptores y yo, o para volver al punto de dejar en claro lo que para mí fue evidente error de procedimiento: no, fui conducida para ser encarcelada.
Obligada a salir del carro patrulla, me entraron al lobby de la estación y esperé. Le pregunté a la agente que pusieron a mi lado si podía llamar a su compañera que se había quedado con mi esposo para saber su estado. Ella llamó, del otro lado contestaron, ella colgó y solo me dijo un lacónico: “Le pusieron una inyección”. Una ráfaga de preguntas, de inquietudes, de zozobras en mi mente. Ella no dijo nada más. Solo pensé: ¿Qué les hacen a estos muchachos? ¿Les secuestran la humanidad? ¿Les colocan un chip inhibidor de toma de decisiones? O a lo mejor, será una cápsula que les va dejando desprovistos de eso que la antropóloga Margaret Mead denominó el sentido de lo humano y que consiste en la empatía por el otro sujeto como base de un comportamiento social.
Por fin llegó el jefe del operativo: Pablo, el mayor de la SE, jefe de este cuerpo en mi municipio, poco menos que similar a un orco camuflado, habló con el policía al frente de la carpeta (no se los nombres de los cargos) y movieron inclusive a la mujer que hacía estas funciones. Fue ella la que me dijo: “venga”. La seguí por un lateral a un salón contiguo totalmente vacío, solo un banco. En el saloncito, una ventana enrejada y una puerta similar a través de la cual se accedía a una escalera descendente con otra doble reja. Sin mediar palabra, sin instruirme de cargos, sin hablar conmigo acerca del por qué, era conducida a las mazmorras. Fui secuestrada por la policía bajo las órdenes de la SE del municipio, personificadas en el Mayor Pablo (que no debe ser ese su nombre) y encerrada en un calabozo. Antes lo miré directamente a los ojos, a Pablo. Y no me sostuvo la mirada. Igual, no creo que quede mucho de humanidad ahí o quizás sea muy humano para los suyos y no para quien él considera un enemigo. No sé. Pensé en Saulo de Tarso. Saulo antes de la revelación y su transformación en Pablo. Acá es a la inversa: un Pablo que se metamorfosea en Saulo para perseguir a los diferentes a él.
Nunca había visto unas mazmorras. Nunca había entrado en ellas. Nunca había estado detenida. Bajé las escaleras confirmando interiormente el cambio en mi vida y en mi situación. Sin embargo, nunca he sido de amedrentarme por lo que solo quedaba avanzar. Lo primero es el olor del lugar. Pensé en Juan Pérez de la Riva y su Barracón. En efecto, supongo que así olían los barracones y aunque el lobby de las mazmorras, donde hay otra carpeta, estaban bastante limpios, hay una densidad en el ambiente, indefinible, pero definitivamente no agradable. Al descender, la mirada de los hombres que estaban allí, dos policías más y los presos, se volvieron hacia mí. No me sentí aguijoneada, todo lo contrario, halagada, porque todos parecían decir: Y ella, ¿qué hace aquí?
En la carpeta, la mujer policía que me llevaba me retiró las pertenencias que fueron puestas todas en el mostrador, contabilizadas y anotadas antes de ser guardadas. Le pedí hacer una llamada, a mis hijos, para notificarles dónde estaba y que, sobre todo, socorrieran a mi esposo. La policía me dijo que no podía dejarme llamar por teléfono porque esas eran las instrucciones que había, yo no podía comunicarme con nadie. Ella, con otro policía, hizo los arreglos para habilitarme el espacio. Todas las celdas estaban cubiertas en sus capacidades por hombres. Yo era la única mujer presa de todo el lugar. Al fin le escuché decir: ponla en la uno de lo penal.
Desde la carpeta de las mazmorras, se enfila hacia otro departamento: el penal, separado por otra reja que se abre a un espacio central, común a todas las celdas. Fui introducida en la celda uno y la reja fue cerrada tras de mí. El que vino a cerrarla estaba vestido de civil y ni su apariencia, ni sus maneras denotaban que era policía. Eso me extrañó. Él trató de establecer un diálogo. Solo respondí que les preguntara a sus jefes que yo no sabía por qué estaba ahí. La respuesta de él fue con el mantra nacional: “¡De pinga!”.
Luego de esto me adentré en el calabozo. Allí estuve desde el martes 28, aproximadamente desde las dos y media a tres de la tarde hasta las diez y media u once de la mañana del siguiente día, miércoles 29 de noviembre. Aproximadamente 20 horas en un espacio de casi dos metros y medio de ancho por casi cuatro de largo. Con 15 losas de granito de largo por nueve de ancho. No me dejaron llamar a nadie por teléfono hasta aproximadamente las ocho de la noche. Para ese entonces ya mi esposo estaba en el hospital y mis hijos trataban inútilmente de dar conmigo; yo no aparecía en los registros y aunque llamaron a la estación donde estaba, a Aguilera, les dijeron que yo no estaba allí. Por ende, desde las 2:00 pm, hora en que fui secuestrada y las 8:00 pm fui objeto de desaparición forzada ya que fui obligada a ser encarcelada sin orden judicial ni de arresto, ni documento mediador, ni instrucción de cargos y el secuestro fue realizado por funcionarios del estado cubano. Seis horas estuve en esa condición: desaparecida; hasta que logré establecer comunicación con uno de mis hijos.
En la celda, estuve sola todo el tiempo (aunque yo nunca estoy sola) y ello me permitió hacer cosas que la dinámica de la vida no te deja: me di reiki, caminé durante varias horas cantando, medité, hice ejercicios, oré, recé mis plegarias a mis ancestros, canté el gayatri mantra durante largo rato cuando amaneció, tarareé con música que me inventé y bailé con ella sin mucho alboroto porque recuerden que era la única mujer en todo el lugar. En fin, fue una experiencia enriquecedora espiritualmente. Siempre creo que lo que no te mata, te hace fuerte. Ha sido una máxima toda mi vida.
Fui llamada en la noche para firmar el acta de detención bajo el presunto delito de alteración del orden público. No firmé el acta. Yo no estaba presa por alterar el orden público que sí debí hacerlo cuando me llevaban raptada, secuestrada y a la fuerza la SE y la PNR. No alteré ningún orden público, ni siquiera grité, ni me fajé con ellos, ni forcejeé. El intercambio de palabras fue sin falta de respeto de mi parte, sin ofensas y con total control de mi vocabulario y acciones. No firmé el acta de advertencia al día siguiente porque decía lo mismo. Yo estaba presa arbitrariamente en mi casa por apoyar a Alina B. López Hernández y luego en el calabozo por tratar de socorrer a mi esposo que estaba enfermo y rompiendo con una medida de prisión domiciliaria injusta e ilegal.
Es curioso que en ambos documentos: el acta de detención y la de advertencia, aparezca que yo fui detenida por un patrullero de 10 de octubre, mi municipio de residencia y no se menciona para nada que los agentes que tenían rodeada mi casa y que eran la fuente del proceso arbitrario en mi contra eran de la SE. Este cuerpo represivo no aparece. Es como si nunca hubieran estado allí. Lo dije en mi escrito anterior: de todos los fantasmas del poder, los más peligrosos son los vestidos de civil. La policía, la PNR, es su brazo ejecutor,
El resultado de todo este atropello fue una multa de 30 pesos (CUP) que me negué a firmar ante el jefe de la PNR de mi consejo popular: Jesús del Monte, Con este señor, traté de establecer un diálogo que fue infructuoso porque alegó que tenía instrucciones de no debatir nada conmigo. Se supone que es la autoridad de mi barriada, sin embargo, no dejó que le explicase nada. No firmé el acta de advertencia como no firmé ni pagaré la multa.
Y aquí llego al punto: si tuviera que ir a juicio el día de mañana o si quisiera demandar a la PNR y a la SE, bueno, la segunda no aparece en el proceso. Las verdaderas causas de todo tampoco están, que son las políticas, la discrepancia con el sistema político-ideológico del país y mi apoyo a la profesora Alina B. López. Así, la causa que se maneja en todos es alteración del orden público, un delito común. Según los documentos vistos por mí, yo fui presa, por alterar el orden público y no por un posicionamiento político diferente al esperado y establecido normativamente dentro del país.
Por eso:
Denuncio y acuso al Estado Cubano actual, a su gobierno, de mentir en la última celebración del Examen Periódico Universal (EPU) el 15 de noviembre último donde Cuba fuera objeto de análisis en este foro.
Denuncio y acuso, en ese mismo cónclave, al teniente coronel del MININT Luis Emilio Cadaval San Martín, de mentiroso por afirmar allí, en el EPU, que en Cuba no existían las detenciones arbitrarias y que en Cuba no hay presos políticos porque están sancionados con manipulación de sus causas.
Denuncio y acuso a la SE y al Mayor Pablo, jefe de este cuerpo en mi municipio de residencia de violar mis derechos ciudadanos de movilidad y participación social desde el lunes 27 de noviembre y de poner a sus agentes en función de una medida ilegal y arbitraria contra mi persona.
Denuncio y acuso a la SE y a la PNR de secuestro y desaparición forzosa, la segunda durante aproximadamente seis horas y la primera, durante veinte horas.
Denuncio y acuso a la PNR de mi municipio, en especial la de la unidad Aguilera de servir de brazo contra la ciudadanía que debiera proteger y amparar; también de no brindar información sobre mi detención a mis familiares obligándome a estar en un status no reconocido por ellos, pero recogido en convenciones internacionales: desaparición forzosa.
Denuncio y acuso a la SE y a la PNR de no auxiliar a un ciudadano enfermo y de obstaculizar de forma ilegal el acompañamiento que debió tener, ya que, al secuestrarme, lo privaron del mío como esposa en un momento para él de vulnerabilidad y peligro (tan es así, que aún está hospitalizado porque no se ha logrado restablecer del todo).
Denuncio y acuso a la SE y en especial al agente que aparece en la foto con el pullover a rayas de ser un ser inhumano que no debiera pertenecer a un cuerpo que vela por la SE de este país.
Denuncio y acuso a la SE y a la PNR de secuestro arbitrario y detención, así como prisión en la cárcel de la unidad de Aguilera no solamente como un acto ilegal, anticonstitucional y anti-ciudadano, sino que lejos de ser realizado para prevenir algún mal social, su verdadero objetivo fue coaccionarme y servir de acción ejemplarizante por mi apoyo incondicional a la Dra. Alina B López Hernández cuyo juicio y mi deseo de participar en este fue la verdadera causa de todas las detenciones de que fui objeto desde el lunes 27 de noviembre en la noche.
Denuncio y acuso a la SE y a la PNR de montar cercos y obligar a numerosas personas a estar bajo la condición de prisión domiciliaria de forma ilegal, arbitraria y forzada por apoyar a esta importante intelectual, la Dra. Alina B López Hernández que ha logrado poner en evidencia los manejos nefastos del sistema político en Cuba. Denuncio las persecuciones de que han sido objeto estas personas días previos a la farsa judicial contra Alina B López Hernández, todo ello con el objetivo de impedir que los ciudadanos cubanos hagamos valer nuestros derechos.
Los denuncio y acuso, aunque aparentemente esto no sirva de nada, pero como dice una muy buena amiga: “Para no morir con los brazos cruzados”. Por ello hago esta denuncia pública que será efectiva en la medida de que todos los cubanos nos demos cuenta de que el problema que enfrenta la nación es de todos y que como dice sabiamente Alina B López: “Cuba cambia si nosotros cambiamos”. Vamos camino de ello de manera inevitable. Así que seguimos ‘Cabalgando al tigre’.
(Otro día les cuento pormenores de la estancia en Aguilera. Todo un ejercicio antropológico y una experiencia inolvidable).