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Por Pablo Alfonso ()
México DF.- Los más jóvenes tal vez no sepan de lo que les voy a hablar, pero hubo un momento en que San José de las Lajas era uno de los pueblos más prósperos de Cuba, y el lugar fuera de la capital a donde más iban a trabajar los habaneros.
Era una casi ciudad próspera, donde florecían decenas de industrias importantes: varias fundiciones, muchos prefabricados, incluyendo uno para fabricar edificios altos, y el llamado Gran Panel. Por si fuera poco, había una fábrica de gomas, una de vidrio, otra de cables y una de aluminio. Tenía una planta de calcio, una fábrica de cerámica, una de pastas alimenticias, entre varias otras.
Con los años, ya en tiempos de la dictadura castrista, le agregaron una universidad y varios centros de investigación. De los fértiles campos lajeros partían hacia La Habana cientos de millones de litros de leche cada año, y era normal ver cómo los capitalinos buscaban viviendas en San José. Eran otros tiempos.
En San José había un par de policlínicos y un hospital materno. No más. Los lajeros, si pasaba algo, agarraban un carro y se iban a La Habana. La Habana estaba ahí para atender a cualquiera, lo mismo en el Miguel Enríquez que en el Calixto García. No era complicado ir. Un día, cuando el gobierno de Pedro Sáez en la entonces Habana campo, decidió que los que vivíamos más allá de los límites de la capital, solo podíamos ir al Julio Trigo, un hospital al que no acudían ni los que vivían en los alrededores, todo se trastocó.
Comenzaba la burocracia a complicarle la vida a los lajeros, todo para complacer a la alta dirigencia.
Para entonces, ya el Materno había dejado de serlo. Trozo a trozo, como un Frankestein gigante, le habían agregado pedazos por acá, allá o acullá y lo habían convertido en un engendro inoperante, casi siempre sin agua, donde se operaba, se hacían partos, y tenía medicina interna, terapia intensiva y hasta salas para emergencias.
Un día, no hace mucho, decidieron los cerebros ilustres que dirigen la provincia que la sala de Maternidad había que cambiarla para Guines, para otro hospital que está igual o tan malo como el de San José. Con la sala se fueron los médicos, y el de San José continuó su acelerado paso para caerse en pedazos. La capital de la provincia, en lugar de tener un hospital, uno bueno, de verdad, cedía el suyo a otro municipio, lo iba soltando poco a poco, para beneplácito de aquellos a los que, desde atrás de un buró, se les ocurría cada día una idea nueva.
En la cúpula partidista cubana -y la de San José y Mayabeque no son la excepción- abundan los dirigentes con ideas locas. Y nosotros, los que nacimos y nos criamos en San José de las Lajas lo sabemos bien. Yo no olvido la ocasión en la que prohibieron circular en bicicleta por la Central, solo porque los ciclistas incomodaban a la entonces secretaria del partido cuando se movía en su auto por el mismo lugar que ella pedaleó cuando era una más.
Las mieles del poder son así. Y entonces mandaban a los perros de los policías a multar a todo aquel que transitara por aquel lugar, por donde ya casi no pasaban vehículos, pero ley es ley, y la mejor forma de controlar a un pueblo es con corsets. Y esos nunca han faltado.
Hace unos días reaccioné en mi canal de youtube, que cada vez siguen más lajeros, sobre la falta de médicos especialistas en el Hospital Leopoldito Martínez. Después de mi publicación, me ‘comieron’ algunos defensores del régimen, porque dije que no había médicos, sin agregar la palabra especialista. De pronto me convertí en un hereje para algunos, que saltaron como movidos por resortes invisibles, que yo conozco bien, para atacarme.
Ese vídeo generó que muchas personas me escribieran. Y que me contaran muchas cosas, entre esos que me escribieron estaban algunos que trabajan en el hospital, y más de uno en puestos importantes. Pues bien, por interno no solo admitieron que es cierto que no hay especialistas, sino que van a mudar las salas de Cirugía y Ortopedia para Guines también.
Ellos no lo entienden, ni yo tampoco, como no entenderé todo lo que pasa en un pueblo que no ha comenzado a caerse a pedazos porque sus construcciones son relativamente nuevas, pero ya lo hará si no levantamos la mano y exigimos nuestros derechos.
Que se vayan a llevar poco a poco el hospital para Guines me parece una falta de respeto. Pero más que eso, me suena a incongruencia, porque hace unos días, no más de tres semanas, el segundo secretario del partido comunista y otrora ministro de Salud, Roberto Morales Ojeda, inauguró lo que él llamó como una moderna sala de terapia intensiva en el referido nosocomio.
Por cierto, solo inauguró el salón, porque allí no había equipamiento alguno, incluso ni camas, pero ya sabemos que hay que venderle a la gente la idea de que hacemos cosas, aunque no terminemos nada. Ese día, el de la visita de Morales Ojeda, obligaron a los médicos y trabajadores a llevar batas blancas, a los que no tenían, les dieron, limpiaron el hospital desde el día antes y no se sentía la habitual peste a excrementos en cada una de sus salas. Esto no me lo invento, me lo contaron de adentro.
En esto días, también, me han llegado infinidad de quejas sobre falta de agua en el Vostok, en Jamaica. Y me quedo con una frase de una mujer que me dijo: «A los dirigentes, que se pasan la vida en carros de un lugar a otro, no les duele ver a niños y mujeres embarazadas cargando agua, por el mismo lugar donde entran ellos a su lugar de trabajo, el llamado Machu Pichu», como se conoce a las oficinas del gobierno, ubicadas donde antes estaba el prefabricado 102.
Lo cierto, San José se quedó sin industrias -no hay una que funcione-, la Universidad se cae a pedazos, cada día más científicos abandonan los centros de investigación, los policlínicos dan pena, el hospital que hicieron a retazos se lo llevan por partes para Guines, y encima de eso no hay agua.
Mientras, me pregunto hasta dónde vamos a llegar. ¿Hasta dónde llegará un municipio y una provincia cuyos dirigentes, en los últimos años, vienen de otros lugares a, supuestamente, arreglar problemas y lo que hacen es crear otros, convertirlos en mayores, generar caos, desilusión y terminar por enterrar todo lo que un día hizo por el pueblo nuestro un señor llamado Gonzalo García Pedroso, mejor conocido por Gonzalito, y del cual no se olvidan nuestros viejos, sobre todo cada vez que alguien rompe lo que él construyo?
A mí me duele San José y por eso denuncio y seguiré denunciando. Los lajeros pueden contar conmigo, sin miedo, porque sus denuncias no implicaran riesgo alguno ante la cacería de brujas que no dudo que se desatará en algún momento, como hicieron tras el 11 de julio con los hermanos Martín Perdomo.
San José se puede olvidar de mí, pero yo no me olvidaré de él ni de su gente.