MAntilla.- Amanecí con Rodolfo (Peter) y la sensación de su presencia. Hoy estaría cumpliendo 55 años. La supraconciencia se manifiesta más en la presencia que en la propia conciencia. No temo sentir cuando pasa; me invade paz, serenidad y amor.
Facebook me recuerda que hace ocho años estaba en un tugurio mexicano en Houston, disfrutando de los mejores tacos del mundo con el hombre que mejor me ha amado.
Fue estéril tanto plan y tanto pensar en el futuro. Pasé casi dos meses en EE. UU. y fui feliz. «La vida es increíblemente impredecible». Vivimos añorando tiempos venideros, y lo que realmente conseguimos es perder parte del viaje de la vida y convertirnos en lamentos. Agradezco ese viaje, la última vez que lo vi y lo abracé.
Las circunstancias son tan relativas. Nunca he tenido tantos sentimientos encontrados como en los años en los que cuidé de un anciano que me hizo mucho daño. Cerré sus ojos, lo enterré, aprendí sobre los duelos y el proceso de sanar. Fueron esos años en los que «Rodolfo» me sostuvo y me amó mejor.
La vida en viaje te enfrenta a la decisión entre cómo quieres vivir y cómo puedes vivir. Yo elegí regresar a Cuba en aquellos días por Gabriela. Ahora, en la distancia del tiempo y su ausencia física, comprendo nuestra convergencia en destino. Nuestro tiempo fue justo y limitado y no lo sabíamos.

Desde Rodolfo, soy una mejor persona. Aprendí de un amor diferente, sin ego ni propiedad, sino de aquel que se sostiene en el acompañamiento, el crecimiento y la transformación personal. Rodolfo me enseñó a perdonarme y a perdonarlo. Aún en el tiempo, se mantienen las conversaciones y toda la sabiduría de vida que me regaló.
En los días finales ya no éramos pareja, si los amigos de siempre. No hacía más que despedirse y dejarme sus palabras, a pesar de mi incapacidad para conformarme con lo inminente. Un día no escribió más, se puso demasiado mal y entendí que quería quedarse con nuestra última conversación, con nuestro último recuerdo que no viera el final. Eso también fué una enseñanza, su decisión que no estuviera en su final físico.
Desprenderse es doloroso, vivimos envueltos en tanto ego que olvidamos el sentido de la propia existencia. Trato de rememorar nuestras últimas conversaciones, me repito una y otra vez sus palabras: «Recuerda, gordita, que aquí andamos de paso y que lo que más hay que cuidar es el cáncer en el alma y los sentimientos. Vive, gorda, vive cada día como te dé la gana; no dejes de ser buena.
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