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Por P. Alberto Reyes Pías ()
Evangelio: Marcos 10, 46 – 52
Camagüey.- A lo largo de la vida, los seres humanos nos vamos haciendo preguntas que nos permiten construir nuestro paso por el mundo: ¿Por qué no estudio esto?, ¿por qué no elijo este trabajo?, ¿por qué no me caso?, ¿por qué no tengo hijos?, ¿por qué no elijo tal o cual lugar para vivir…? Y a partir de ahí tomamos decisiones.
La imagen del ciego Bartimeo es la de aquel que se pregunta: ¿Por qué no elijo ser discípulo de Jesucristo? Y en Bartimeo podemos vernos reflejados todos nosotros.
El Evangelio nos lo presenta sentado al borde del camino. Vivir es “moverse”, es tener ideales, es construir algo. Bartimeo no tiene ideales, no vive, sobrevive a un día tras otro en la misma rutina. Su preocupación es satisfacer sus necesidades inmediatas (que en algunas personas pueden ser necesidades muy sofisticadas, pero que no dejan de ser un círculo cerrado).
Por eso pide limosna, no es autosuficiente. Su existencia se ha hecho dependiente de los demás. Mendiga. Es el modelo de la persona que, al no tener una vida propia, se ha hecho dependiente de los que le rodean: de su aprobación, de su afecto, de su atención, del “prestigio” que le otorgan. No vive desde la conciencia de su propio valor.
El primer paso de su cambio es tomar conciencia de su situación. Ante una vida sin un objetivo personal, ante el simple “vivir por vivir” (que repito, puede ser un “vivir por vivir” muy sofisticado), hay quien se acostumbra y ya no le importa, hay quien asume el papel de víctima impotente, y hay quien se dice: ¿Por qué mi vida no puede ser diferente? Y esa vida diferente la busca en la experiencia de encuentro con
Jesucristo.
Pero no es tan sencillo, porque siempre aparecerán personas que “lo regañarán para que se calle”, es decir, personas ante las cuales tendremos que ir a contracorriente, personas que no sólo no entenderán nuestra opción sino que la desaprobarán. Son “otros ciegos”, pero que, a diferencia de Bartimeo, quieren permanecer tranquilos, apegados a su condición, adaptados a una vida que no es vida.
Afortunadamente, siempre hay otros que han hecho ya el camino y que son capaces de dar una mano, son aquellos que nos dicen: “Ánimo, el Maestro te llama”.
Y este ánimo permite “ponerse en pie, arrojar el manto y acercarse a la experiencia de Jesús”. “Arrojar el manto” significa desapegarse de la vida anterior, decidirse a hacer un cambio radical, marcado por la fe.
Por eso, Bartimeo pide lo que realmente necesita: luz para ver claramente cómo construir una vida con sentido, teniendo en cuenta que pasar de la ceguera a la luz es hermoso pero tiene sus precios, porque implica revisar costumbres, comportamientos, amistades, incluso la relación con la familia.
A partir del encuentro con Jesucristo, la realidad no deja de ser la misma, pero la visión sobre ella se hace diferente, y esto, permea las opciones, redistribuye las prioridades, y permite construir la vida, nuestra única vida, desde el sentido y el gozo que da “seguir a Jesús por el camino”.