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Por Héctor Miranda ()
Moscú.- Osvaldo Farrés es el más famoso de todos los que nacieron en Quemado de Güines. A pesar de eso, en ningún lugar del pueblo hay una foto suya, algunos apenas lo recuerdan y casi nadie sabe que vivió allí hasta los 25 años, cuando se fue a La Habana a probar fortuna, porque sentía que aquel poblado pequeño y lindo, ya le quedaba chiquito.
Desde niño, a Farrés se le notaban habilidades especiales. No era el típico mataperros que andaba por las calles todo el tiempo, pero se escapaba de vez en vez a bañarse a las piedras de El Manacal o hasta el Arroyo de los Mudos, sobre todo en verano. Pero había algo más, dibujaba muy bien y muchos creían que podía hacer carrera como dibujante, o hasta de pintor.
Su padre, que había llegado de Santa Isabel de las Lajas, y su madre oriunda de Corralillo, no querían que el joven dejara el hogar materno para irse a otros lugares y menos a La Habana, que creían tumultuosa y demasiado grande para un muchacho de campo, que tenía mucho que aprender en la vida.
Sin embargo, las palabras de una de sus maestras, Francisca Díaz, resonaban cada noche en sus oídos: «si quieres ser grande, tienes que irte de aquí. Este pueblo te va a quedar chiquito siempre». Y un día el joven Osvaldo despertó, puso unas camisas, dos pantalones y algunas piezas más en una maleta y se fue a La Habana. No quería saber más de zafras, olores a melao, campos y trabajos de poca monta. Era 1927 y se fue a probar fortuna y lo consiguió.
En La Habana hizo de todo. Era lo que correspondía al emigrante, al que llegaba nuevo y tenía que buscarse la vida a como diera lugar. A veces llevaba comidas de un sitio a otro al mediodía, en las tardes trabajaba en una colchonería, volvía a lo de las comidas en la noche, pero al amanecer estaba listo para sus estudios de diseño. Tenía buen ojo, muchas ideas y ambición.
Alternó decenas de trabajo con los estudios, hasta que un día comenzaron a llegarle encargos para el que sería su futuro oficio. Diseñó carrozas para los carnavales, vallas publicitarias y se encargó, en exclusiva, de las publicidades de la cerveza Polar y el jabón La Llave. El quemadense se iba abriendo espacios, y no poco a poco, sino con rapidez. Las palabras de Francisca Díaz estaban resultando premonitorias.
Ya no era el chico de dos camisas y dos trajes. Ya era un personaje y comenzaba a ganar fama, pero lo mejor estaba por venir, porque se adentró en el mundo de la radio y la televisión, y un día, casi como por arte de magia, apareció la primera de sus canciones.
Ya hacía 10 años que había llegado a la urbe. En una década se había afincado como un gran diseñador y mejor publicista, ya no tenía que repartir comida ni irse en las tardes a una carpintería. Vivía de su intelecto, de sus ideas, pero en 1937, mientras estaba en la Radio CMQ preparando un anuncio para la Polar, un locutor le dio un pie y nació una canción, la primera: Mis cinco hijos. Farrés no sabía leer el pentagrama, ni tocaba piano o guitarra, algo a lo que se agarran los compositores para crear. Lo suyo fue inspiración pura, sin los rudimentos habituales.
Estaba en el lugar ideal: la radio. Por allí pasaban los mejores músicos del país, en tiempos en los que el bolsillo se alimentaba de las presentaciones en cines, bares, o en las emisoras de radio. Y Miguelito Valdés y la Orquesta Casino de la Playa se encargaron del resto.
Poco más de dos años después, ya era famoso. Su canción apareció en un cortometraje producido por La Polar, en la voz de grandes de entonces. Muchos cantantes le pedían canciones Y Osvaldo, que ya era Don Osvaldo, componía. El bolero Acércate más se convirtió en hit en la voz de la mexicana Toña la Negra, y se disparó cuando la Metro Goldwin Mayer lanzó el filme Easy To Wed, que la incluyó en la voz del barítono colombiano Carlos Ramírez.
https://www.youtube.com/watch?v=P-wAdbkBVxY
Farrés era famoso. Tenía amigos en las altas esferas, presentaba un programa y entrevistaba a celebridades, entre ellos Nat King Cole o Sara Montiel. En 1943 escribió la antológica Toda una vida, dedicada a Fina del Peso, que después fue su mujer, y se la dedicó por la radio en la voz de Pedro Vargas.
El jovencito de Quemado de Güines estaba cada vez más alto. Compuso música para películas. Le hizo una canción a Carlos Prío cuando estaba en campaña presidencial y se negó a cobrarle, con el argumento de que la escribió para un amigo y no para un presidente.
Pero hay una anécdota genial, que no puedo pasar por alto: Corría 1947, 20 años después de llegar a La Habana y a 10 de su primera canción, y la cantante mexicana Chela Campos, le pide un tema, pero él se niega. Lo cree imposible, sobre todo porque le falta motivación, porque escribir un tema no era cosa de coser y cantar, se decía. Pero la cantante insistió, quería una canción para ella, y le dice que con tres palabras podía hacerla.
Don Osvaldo la complace y le hace una canción. Le tomó la frase y por título le puso Tres palabras.
Decenas de canciones más, escritas por Farrés, ganaron fama, en las voces de varios de los más grandes intérpretes de su tiempo.
En 1962, Farrés se fue de Cuba. Emigró a Estados Unidos, como hicieron otros de los grandes de su tiempo, y se instaló en Nueva York, donde creó la Osvaldo Farrés Music Corporation, encargada de darle vida a su obra. Y murió en 1985, a los 83 años de edad, consciente de que muchos grandes intérpretes del mundo escogían sus canciones, las del chico de Quemado de Güines que se escapaba en verano para bañarse en las piedras del Manacal o en el Arroyo de los Mudos.