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Por Jesús Rodríguez
Miami.- «Nosotros, el pueblo…». Así proclama la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América. Uno de los documentos políticos más bellos de la historia universal.
La revolución americana, en mi opinión fue la más transcendental de todas las revoluciones, pues por primera vez en la historia sitúa al pueblo como supremo soberano. La otra gran revolución precedente, la francesa, cuyas reivindicaciones sociales y políticas estremecieron la humanidad, terminó ahogada en sangre y dando paso a un imperio tan tiránico y despótico como la monarquía que había derrocado. De la rusa, la mexicana y otras más recientes, no creo que valga la pena comentar.
Siempre he admirado la inmensa sabiduría, la nobleza, el desinterés y el patriotismo de los Padres Fundadores de esta gran nación. Como lograron conciliar los diversos intereses de los estados en un gobierno federal, reservando a esos estados importantes derechos que garantizaran los criterios de cada uno; cómo establecieron la división de poderes que permitiera el funcionamiento del orden democrático y, sobre todo, que fueran garantes de los pilares del sueño americano: el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
¿Qué dirían los Padres Fundadores cuando vieran los políticos actuales, aferrados al poder, peleando por ambiciones partidistas y personales, haciendo promesas demagógicas populistas, que solo buscan clientelismo político?
¿Qué pensarían de nuestro poder judicial, con jueces que ya no son intérpretes imparciales de la ley, sino activistas politizados e ideologizados y fiscales con claras motivaciones políticas?
¿Qué pensarían del gobierno federal, cada día más entrometido en la vida ciudadana, imponiendo a los estados incesantes normas y regulaciones de toda índole en educación, salud, inmigración y hasta en el uso de los baños públicos?
Seguramente dirían: «Nosotros, el pueblo… tenemos que parar esto».