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Por Luis Rodríguez ()
Quivicán.- «Al fin los conocí» -nos dijo la mujer en tono serio, pero con mucho respeto, y se identificó: «Yo, soy miembro del Partido Comunista, soy dirigente (mencionó un lugar de la capital). Fui testigo, en mi zona, de los que sucedió el 11 de Julio, y les puedo asegurar, que los que están presos de allí, tiraron piedras y enfrentaron con violencia a las fuerzas del orden».
Angélica quiso decir algo, pero ella la interrumpió, diciéndole: «He leído y oído mucho sobre ti y tu hermana, y aproveché la ocasión (y mencionó la circunstancia que propició el encuentro) para que me digas, personalmente, si es cierto o no lo de las torturas y las arbitrariedades que ustedes sufrieron».
Después de escuchar por un largo tiempo, y de rechazar la invitación que Angélica le hizo de visitar juntas a María Cristina en la prisión de mujeres y de caminar por Quivicán y preguntarle a la gente, ella se despidió estrechándome la mano y abrazó a Angélica.
Se había alejado dos o tres pasos, y Angélica le dijo: «Señora, ¿usted está segura que los presos del 11 de Julio de allí (de la zona donde ella es dirigente) realmente cometieron delitos? ¿No será, que usted vio un enfrentamiento entre dos bandos, donde uno de ellos tenía escudos, cascos, uniformes, pistolas y la orden de provocar una revuelta, y el otro bando usó en su defensa lo único que tenía a mano, las piedras?
«¿Usted está segura, que los que están presos no es el resultado de una purga, en un plan para escarmentar al pueblo?», le dijo Angélica.
Ella, se volteó. Regresó a donde Angélica, le tomó las manos, se las apretó con fuerzas. Quise verle los ojos, ella no se dejaba.
-Te pido perdón -le dijo- por tanto sufrimiento- y se marchó, quizás, para siempre.
Es increíble, pero aún hay personas que le creen al régimen. Aún existe, quienes leen el Granma, ven el noticiero, miran la mesa redonda y le creen al presidente.
– Amor -le dije a Ange-, ¿Qué hará esa mujer, ahora, con su enorme decepción? ¿Qué posición tomará? Tenías que haberle dicho, por lo menos, no sé, que no se desanimara.
– O mejor haberle dicho… -me sonrió- ¡MIL VECES, LIBERTAD !