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LAS GLORIOSAS CHAPERONAS

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Por Esteban Fernández Roig Jr. ()
Miami.- El joven enamoraba a una muchacha, le pedía ser su novia, después que aceptaba, entonces ella -tarde o temprano- le dice: “Mi amor, tienes que ir a mi casa a conocer a mis padres, y pedir mi mano”.
De primera y pata es el padre el que parece ser un “ogro” cuando muy serio pregunta: “¿Cuáles son sus intenciones con mi niña?”, pero es en realidad la madre quien protectoramente levanta una barrera que no permite ni darle un besito en la mejilla a la inmaculada muchachitañ.
De pronto, ponen un horario de visitas, y en la sala colocan tres sillones: uno para la novia, otro para el novio y otro para la mamá que, como les dije, se convierte en una muralla infranqueable evitando el “mate”.
Tímidamente el enamorado dice: “Señora, ¿me puede hacer un cafecito?”, en un intento desesperado para que se vaya a la cocina y poderle robar un besito a la muchacha.
Vaya, hasta para ir a un baile la “chaperona” se hace presente. Si el muchacho intentaba pegarse demasiado a la joven, la “chaperona” se interponía como una “guardia rural”, lista para dar plan de machete.
De novios, la chaperona resultaba pesada y hasta insoportable, pero ya siendo padres cambiamos de idea.
Porque, vamos estar claros, todos los hombres del mundo, cuando en el hospital una enfermera les dice: “¡Felicidades, usted acaba de ser padre de una preciosa hembrita de ocho libras!”, ahí, en ese mismo instante, con solo una hora de nacida la niña ya los recién estrenados papás desean ponerle una chaperona a su lado hasta que cumpla 50 años.

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