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LAS ELECCIONES EN VENEZUELA

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Por Jorge Bacallao Guerra ()
Esto lo escribí en los primeros días de agosto y se me ha hecho largo, así que aquí está la primera parte. La segunda pronto, actualizando
La Habana.- A la luz de los acontecimientos de los últimos días, casi estoy por pensar que si Messi y Cristiano Ronaldo tienen la cantidad de Balones de Oro que tienen, es porque Nicolás Maduro no juega futbol. Nicolás celebró la victoria en las elecciones de Venezuela el pasado 28 de julio, anunciada amorosamente por Elvis Amoroso, mandamás del Consejo Nacional Electoral (CNE). Elvis aseguraba que revisado un 80 por ciento de los votos, Maduro poseía una irreversible mayoría del 51 por ciento frente al 44 del candidato de la oposición Edmundo González Urrutia.
Estos resultados, para quien no sea un total enajenado y tenga una mínima idea de cómo marchan las cosas en Venezuela, son poco menos que increíbles, como se encargó de decir rápidamente Gabriel Boric, presidente de Chile: “El régimen de Maduro debe entender que los resultados que publica son difíciles de creer…”. A esta publicación a través de la red social X, de alguien que está fuera de toda sospecha de tributar a la derecha, se sumó una cascada de reacciones del mismo calibre de escepticismo e incluso algunas bastante más directas.
Hubo también una minúscula minoría de gobiernos que aceptaron de plano el resultado, y aprovecho aquí para proponerle un ejercicio: diga cinco de esos gobiernos y después vaya a comprobar y verá que acertó. Eso no falla. Ahí sí no hay sorpresas. Si Amoroso en vez de dar el resultado hubiera dicho que Maduro encontró la cura del cáncer guardada en un cartucho en una cueva del tepuy Roraima, esos mismos gobiernos lo felicitaban.
Personalmente creo que fueron unas elecciones antidemocráticas y amañadas y voy a tratar de explicar por qué pienso así. Sé que eso no les bastará a algunas personas que ya tienen una idea de cómo son las cosas, y ni siquiera si Telesur pone un video de Maduro bajando por un cable como Tom Cruise en Misión Imposible con una caja de votos debajo del brazo, van a modificarla, pero de cualquier modo voy a recapitular sobre los argumentos que me hacen a mí pensar como pienso. Agrego aquí que cuando se observa la limpieza de un proceso electoral, las afiliaciones políticas de las partes y de los observadores deberían ser irrelevantes.
Debería ser irrelevante también el grado de simpatía hacia uno u otro candidato o representante de las partes en pugna. Pongan cualquier video al azar de Maduro hablando, y cualquier otro de María Corina (que no es la candidata, pero es la cara de la oposición) y piensen a modo personal: ¿A cuál de los dos le prestaría dinero? ¿Con cuál de los dos me iría a tomar un café? ¿A quién querría de pareja en un concurso de cultura general? No me digan. No se rían tampoco, que los conozco. Yo, por ejemplo, aun sabiendo que Maduro fue chofer de guagua, prefiero montarme con María Corina o Edmundo, aunque no tuvieran licencia, pero eso no debería importar cuando se opina sobre el proceso electoral.
Muchísimas entidades (gobiernos, medios de prensa y personas naturales) se han pronunciado dudando de los resultados y pidiendo un escrutinio no comprometido sobre las actas. Actas que el CNE a día de hoy todavía no ha presentado, mientras que la oposición ya ha puesto hace varios días a disposición de todo el que quiera revisar, aquellas que ha podido conseguir (más de un 80 por ciento) a pesar de los tejemanejes de la oficialidad, y han ido siendo revisadas por organismos respetables como el Centro Carter sin detectar irregularidades.
Este asunto de las actas es solo el colofón a una serie de violaciones, abusos de poder y prácticas antidemocráticas que han sido una constante desde antes del día de la votación y en elecciones anteriores. Aunque la pulcritud del gobierno venezolano fuese máxima en cuanto a las actas y los resultados, ya los acontecimientos precedentes valdrían por sí solos para calificar el proceso electoral como una farsa. Es como si tu pareja te fuese infiel 20 veces, y se necesitara demostrar a cabalidad la vez vigesimoprimera para oficializar el engaño.
Lo primero es que Edmundo González Urrutia, con carrera y prestigio no como político, sino como diplomático, es un reemplazo. O más bien, un reemplazo de un reemplazo. María Corina Machado, la cara y candidata original de la oposición, arrasó en las primarias opositoras concentrando más del 92 por ciento de los votos, pero el Tribunal Supremo la inhabilitó durante 15 años por aprobar las sanciones norteamericanas al régimen de Maduro y haber apoyado a Juan Guaidó. Ya había sido inhabilitada en 2014 durante un año por su presunta participación en hechos de corrupción. Usted podría decir que no fue Maduro, que fue el Tribunal Supremo, y que en Venezuela hay separación de poderes, y entonces yo hago una pausa para intercalar risas en letras mayúsculas: JA JA JA. A este mismo Tribunal Supremo Maduro lo ha puesto a investigar el asunto de las elecciones. En específico, a la abogada Caryslia Beatriz Rodríguez, chavista desde chiquitica y con llamados y arengas públicas a votar por Maduro. Como mandar al bodeguero a calibrar la pesa.
Ante la prohibición a María Corina, la oposición propuso a Corina Yoris, sin pasado político, para evitar nuevas inhabilitaciones. Y no las hubo, para ser justos: no la dejaron inscribirse por problemas técnicos. Llega entonces Edmundo y milagrosamente es aceptado como candidato adecuado, aunque recientemente Maduro lo ha tildado de asesino. Sí, de asesino, como también a retado a Elon Musk a pelear, ha hecho referencias a la honda de Goliat y ha roto relaciones con WhatsApp.
Por otra parte, los grandes medios audiovisuales de Venezuela están en manos del estado y por tanto no transmiten los mítines de la oposición, a la cual solo mencionan para descalificarla. Esto no es cosa de Maduro: la intervención de medios de comunicación empezó con Chávez, por cierto, después que un día antes de resultar electo en 1998, dijo en una entrevista que no tocaría los medios y que no habría nacionalizaciones de empresas privadas. Ya sabemos cómo funciona el tinglado: una cosa es antes, y otra después. Y siempre haciendo lo que quiere el pueblo, si señor.
Para hacer campaña electoral hay que viajar y María Corina tiene prohibido viajar en avión dentro de Venezuela, que es un país bastante grande. Al coger carretera, las comitivas se encontraban obras improvisadas, controles policiales interminables y árboles derribados en el camino. María Corina ha cruzado ríos en bote, autopistas en moto y hasta ha tenido que coger trillos monte adentro. Además, el gobierno se ha vengado de cualquiera que preste algún servicio a las comitivas: cerrando hoteles y clausurando servicios gastronómicos y lugares de soporte técnico. Alguien llegó a sabotear los vehículos de María Corina. ¿Quién sería? Lo que más se me parece a esto es aquel animado de mi infancia, La Carrera Espacial de Yogui, en donde el Fantasma Perverso ponía un obstáculo tras otro a los demás competidores, y terminaba perdiendo.
Otro detallito: el gobierno se ha encargado de que solo un uno por ciento de alrededor de seis millones de venezolanos que viven en el exterior pueda votar, sabiendo que los que se han ido lo han hecho impulsados por la debacle económica que ha provocado el chavismo.
Para ponerle la fresa al pastel, Maduro ha amenazado: “…si la derecha engañara a la población podría haber un baño de sangre y una guerra civil, porque este pueblo no se dejará quitar la patria ni los derechos sociales…” y la verdad es que no sería la primera vez, pues los venezolanos tienen bien fresca la memoria de sus víctimas.
Los resultados divulgados por la oposición coinciden con las encuestas de los organismos más serios, y con los sondeos a pie de urna. Un mes antes de las elecciones apareció una firma que daba ganador a Maduro, con un logo fusilado y una página web de bajo costo que no funcionaba. Tan mal hecha que parecía programada por Maduro. Con los resultados que ha dado el CNE, ya Alien Romulus no va a ser la mejor película de ciencía ficción del año.
Voy a detenerme aquí por hoy. En otro momento voy a continuar sobre lo que sucedió el día de las elecciones y en las siguientes semanas. Pero la conclusión se la dejo ya: los que dicen que Maduro ganó, porque se lo creen de verdad, dan penita, por ingenuos. Los que dicen que ganó, por conveniencia, sabiendo que perdió, también dan penita, pero por inmorales.

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