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LA MASONERÍA CUBANA Y SU TORTUOSO CAMINO DE SUBSISTENCIA

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Por Jesús Hernández Villapol
(A mi padre, medio siglo dedicado a la masonería)
West Palm Beach.- Al final de la década de 1980 y la primera mitad de la de 1990, la masonería cubana alcanzó una depresión tan extrema, que prácticamente se convirtió en una institución fraternal de ancianos, que promediaban más de 70 años.
Con una historia de más de dos siglos en la isla y que ha tenido el orgullo de tener entre sus filas a hombres de la grandeza de Carlos Manuel de Céspedes, El Padre de la Patria; al lugarteniente general del Ejercito Libertador, Antonio Maceo, o al Apóstol, José Martí, entre otros ilustres patriotas; a partir de 1959 se vio reprimida, marginada y controlada por el gobierno.
La revolución que se gestó en la Sierra Maestra, coartó la libertad de asociación, entre otras muchas medidas, por lo que las diversas nominaciones religiosas, de recreo o fraternales, vieron limitadas su independencia y en el caso de la masonería, fue arrinconada, observada y constantemente inspeccionada por la Seguridad del Estado.
Por decreto, de forma obligatoria, las diversas logias, en todo el país, han estado obligadas a entregar una copia del acta de sus sesiones semanales, así como de la Gran Logia. Además, han tenido que sufrir en sus filas la presencia de informantes ocultos, una situación que en Cuba hemos tenido como algo cotidiano.
Los gobernantes han sido muy cuidadosos, para impedir que grupos de personas se reunieran sin conocer sus debates.
Durante largas décadas, entre 1959 y 1990, aproximadamente; el practicar religiones o pertenecer a instituciones fraternales como la masonería, se convirtió en un tabú auspiciado por el Estado, que limitó a todo aquel que lo hiciera, a pocas posibilidades para cursar estudios universitarios u ocupar cargos dentro del aparato estatal.
Esas presiones fueron alejando a los jóvenes de la masonería, que poco a poco, por la no correspondencia entre ingresos y fallecimientos, vio mermada su membresía a niveles alarmantes.
Mi padre, Israel Hernández González, masón durante más de 50 años, de la respetable Logia Lazos de Unión de Regla y que ocupó todos los cargos en ese taller, me transmitió los valores que defienden: fraternidad y amistad.
En pleno período especial en Cuba, década de 1990, mi viejo, que ocupaba el cargo de tesorero, en ese entonces; muchas veces tenía que hacer la proeza de caminar para asistir a las sesiones de su logia, desde San Miguel del Padrón a Regla, en La Habana; en un trayecto de poco más de 10 kilómetros, de ida y vuelta, por la ausencia de transporte público.
De igual forma procedía para cobrar la membresía de hermanos que no podían asistir a las sesiones por problemas de salud.
En ocasiones se tomaba el trabajo de visitarlos para cobrar y terminaba pagando la cuota, por el grado de pobreza que tenía el hombre.
Al verlo realizar tantos esfuerzos en mi ignorancia juvenil, le pregunté: ¿Por qué no le daban baja al que no asiste a la logia? Su respuesta fue convincente: si hacemos eso, desaparece la masonería, casi no tenemos miembros, se nos mueren los masones y las altas son mínimas.
Ese criterio no necesitó más argumentos, al contrario, me motivó a admirar la causa que defendía, junto a otros inolvidables masones cercanos, como Orlando Isalgué, Ezequiel Zequeira o José Piñón, por solo citar unos pocos.
Y se complementó con otra frase que le escuché a mi viejo decir a un amigo, interesado por ingresar en la institución: “A la logia no se va a recibir, se va a entregar”.
En los años noventa del siglo pasado, el régimen comenzó a flexibilizar su postura ante la religión y los grupos fraternales, por lo que la masonería recibió cierta inyección de juventud, pero lamentablemente, dentro de esa aparente, fresca generación, también llegó la contaminación que arrastraba la nueva sociedad cubana.
La concepción: “a la logia no se va a recibir, se va a entregar”, sufrió resquebrajamiento.
Hoy, con gran preocupación, esa familia en la isla, que me toca tan cerca, atraviesa por uno de los momentos más delicados de los últimos 60 años. La Corte Suprema de Justicia Masónica de Cuba, separó por siete años al Gran Comendador del Supremo Consejo del grado 33, José Ramon Viñas Alfonso, en un proceso lleno de irregularidades.
Viñas Alfonso, quien condenó de forma directa al gobierno por la violencia ejercida contra los manifestantes del 11 de julio de 2021, denunció el pasado mes de enero, el robo de 19,000 dólares, que correspondían al Asilo Nacional Masónico Llansó.
El implicado en ese hecho, fue el Gran Maestro, Mario Alberto Urquía Carreño, líder de la Gran Logia, quien fue expulsado de la orden por El Supremo Consejo del Grado 33, integrado por los masones de más alto rango en el país, del que Viñas Alfonso forma parte.
Fuentes de la masonería han declarado que ha sido una represalia de Urquía Carreño, contra el señor Viñas Alfonso y consideran que detrás de todo está la mano de la Seguridad del Estado, en lo que constituye un cisma en la prestigiosa institución fraternal.
A pesar de todo, tengo la esperanza de que la masonería cubana supere este bochornoso episodio, por su fuerza filosófica, ética y fraternal. Los esfuerzos de mi padre y sus hermanos no pueden haber sido en vano.
(Tomado de Crónicas de Júpiter)

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