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Por Ulises Toirac ()

La Habana.- Uno inventa seguir viviendo, a pesar de todo. Se relame las heridas del cerebro e intenta sobrevivir. Si se es humorista, pareciera que todo es llano: «él se la pasa jodiendo y no es su rollo lo demás».

Mucho se habla en estos días de donaciones y de las malas experiencias —continuadas, repetidas, haya desastre natural o solo el social, que ya es sempiterno— sobre la falta de transparencia con la que el Gobierno gestiona estas donaciones, que luego aparecen en venta (en el mejor de los casos).
Tengo que agregar también que se dan casos de particulares que hacen exactamente lo mismo en circunstancias bastante poco dignas.

La selva no se comporta de esa manera. La naturaleza —a pesar de la ley del más fuerte por la que las especies logran sobrevivir— da sobrados ejemplos de… ¿empatía, puede decirse? No solo entre animales y plantas de la misma especie, sino incluso de especies diferentes. No hablo de la rémora y el tiburón, que viven en perfecta simbiosis alimentaria.

Esta mañana tuve una sesión de mambí, machete en mano, para limpiar patio y jardín. Y pude curiosear cómo una trepadora asciende por el tallo de un arbusto, y éste, a su vez, le suministra agua de sus hojas. Armonía. Las plantas de la misma especie se ayudan, se «agrupan», se consolidan mejor en grupos. Las manadas de animales son un ejemplo de colectivo en el que funciones y liderazgos hacen que todos sobrevivan.

Una catástrofe única

Lo cierto es que estamos en un punto de catástrofe sin precedentes. A la de una sociedad que «vulnerabiliza» (uy, menos chocante que «empobrece») cada día a más capas de la población, se suma la de la naturaleza y, finalmente, esta otra que ni salvaje puede llamarse.

Y luego están «el coco» y «la bruja de la escoba», que vienen a ser EE. UU. y «los que pretenden poner de rodillas a esta revolución», de los que no hay nada que aceptar. Y, por último, un orgullo malsano que, como contradice las bondades del «socialismo», impide declarar el país zona de desastre (pero no publicar números de cuentas bancarias para aceptar dinero).

Y al final están los pobres, los miserables incluso. Porque las que se caen no son las casas de mampostería, perfectamente ancladas y construidas. Las que se caen —de las más modestas en adelante— son las que, con los recursos más baratos, pudieron levantar sus moradores. Los que de miserables solo van quedando con la piel, y de pobres pasan a miserables.

Esto se fue a la mierda orgánica, estructural y coherentemente.

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