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LA FE, ELEGIR O NO

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Por Padre Alberto Reyes

A propósito del Domingo de Resurrección

Evangelio: Juan 20, 1-9

Camaguey.- Celebramos la resurrección del Señor, del Cristo que viene como la luz eterna, luz perpetua que nunca se apaga, luz que se mantiene para iluminar cada momento de nuestra existencia: el dolor y el gozo, la determinación y la incertidumbre.

Pero es una luz que no se impone. Brilla, pero no obliga a seguir el camino que indica.

Dios envía a Jesús con un mensaje de amor, de paz, de esperanza, para hacer de nuestra vida “un lugar mejor”, para que generemos en torno a nosotros mismos un ambiente de ánimo, de fortaleza, de auto cuidado, de bondad. Nunca olvidaré el modo en que una persona me contó un error que había cometido a sabiendas de lo que estaba haciendo, me dijo: “¿Cómo he podido hacerme esto a mí mismo?”. Sí, Jesús viene para que aprendamos, desde el encuentro con él, a amarnos y cuidarnos a nosotros mismos.

Y por supuesto, viene para que construyamos juntos un lugar mejor para todos, porque el gran reto de la vida es aprender a construir un “nosotros”.

Y no, Dios no impone a su Hijo, lo propone. Toca a cada uno de nosotros elegir abrirle la puerta. Y elegimos a Cristo resucitado cuando, al igual que él, asumimos en nuestra vida la voluntad del Padre, sea la que sea, agradable o sufriente, en camino llano y sin obstáculos o cuesta arriba y trabajoso. No olvidemos el texto de la carta a los Hebreos que dice que Jesús “siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer”, y Dios, como Padre que busca el bien mayor para sus hijos, nos dará momentos de paz, de energía, de fortaleza ilusionada, y nos pondrá a prueba, nos enfrentará a obstáculos, nos pedirá escalar montañas y atravesar el desierto, porque si no, ¿cómo vamos a crecer en esta vida? Es ingenuo pensar que para madurar no hay que luchar.

Elegimos a Cristo resucitado cuando ofrecemos lo que somos y tenemos buscando el bien común, el bien mayor para todos y no sólo nuestro bien, cuando asumimos la filosofía del “ganar – ganar”, cuando aprendemos a tener en cuenta que el otro también tiene necesidades y dificultades, sueños que cumplir y derrotas de las que necesita levantarse, lágrimas trabadas y palabras que no han sido escuchadas. Elegimos a Cristo resucitado cuando aprendemos a relacionarnos con el mal del otro desde la comprensión de su dolor, de sus heridas, de sus tristezas profundas.

Elegimos a Cristo resucitado cuando decidimos convertirnos en instrumentos de paz, de armonía, de unidad, allí donde estemos y en el momento en que estemos; cuando nos ilusiona sorprender al otro alegrándole el alma y ofreciéndole algo que le hará más fácil y llevadera su existencia.

Elegimos, o no elegimos. La luz no podrá nunca ser negada. La luz está y estará allí, fluyendo a través del Evangelio. Nosotros decidimos, como diría el apóstol san Juan, no reconocerla ni recibirla, o por el contrario, acogerla y creer en ella, y recibir, a cambio, el don de tejer la existencia como hijos de Dios.

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