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LA ESCUELITA DE MAIBÍO

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Por Arnoldo Fernández ()
Bayamo.- Llegué buscando la escuelita, los maestros, la niña que me haló tantas veces las orejas para que leyera de corrido como ella quería; los árboles de mi niñez, el rumor del Maibío, la posa de Canda, el lajial donde mi madre una vez a la semana lavó nuestra ropa, el campo de guayabas dulces, la música de los pinos al atardecer, el canto del sinsonte sobre el álamo, la loma por la que descendíamos a galope como caballos salvajes, los Cuatro Caminos donde aparecían brujerías, las casas donde tomé agua, café, comí mangos, anoncillos y jugué con los niños que vivían en ellas; pero después de 46 años, la escuela es otra, más bella en verdad, con un José Martí que no ha dejado nunca de ser su nombre; otros alumnos, igual que yo, volverán un día, quizás a saludar a las poquísimas familias que aun estén allí.
De los viejos árboles, sólo permanecen desafiando el tiempo el de anacahuita y el álamo.  Ya los viejos maestros se fueron, algunos al cielo, otros al descanso de la jubilación. La niña que me exigía leer de corrido es la directora.
Puede ser una imagen de 7 personas y texto que dice "INSTITUCION EDUCATIVA JOSE JULIAN MARTI PÉREZ. 40"Ya no está la posa de Canda donde mamá lavó y me bañé tantas veces con los muchachos del barrio. La mata de mango corazón sigue en pie, cercada por delgadísimas cañas y lodo. El lajial se lo tragó la tierra. Sobre el campo de guayaba crece un platanal. Ya no está el rumor del Maibío, el agua estancada y amarilla recuerda aquel río que una vez fue feliz y corría repleto de biajacas, guayacones, ranas, jicoteas.
La loma ahora es una pequeñísima pendiente. De los cuatro caminos sólo quedan tres; dejó de ser el sitio de las brujerías. Los pinos ya no cantan, sus huesos se extinguieron en la memoria. El verde del paisaje aun convida a soñar. El camino sigue ahí, con su mismo vestido de siempre.
La casa de Jigüe e Idamí es la única de aquellos tiempos, ya no están las de Chiquito, Vargas, Oscar. Los recuerdos siguen vivos, unidos a dos enormes árboles, mudos testigos aún de nuestro paso por aquel lugar de nombre aborigen, orgullo de abuelos, hermanos, familias, llamado Maibío.

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